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La tensión en la frontera norte de Israel y El Líbano, entre las fuerzas hebreas y el movimiento islamista Hizbulá, patrocinado por Irán, ha escalado a un punto que parece de no retorno. Los intercambios de artillería y misiles en aquel punto, que han obligado a evacuar a miles de civiles, se están intensificando y uno o otro bando están elevando el tono. La retórica bélica ha llegado hasta el extremo que en Jerusalén hablan de una posible «guerra total» contra aquellas milicias. Todo esto ocurre en un momento en el que la franja de Gaza está completamente devastada y los ataques se concentran en Rafah, donde según el primer ministro Benjamín Netanyahu se han atrincherado los últimos terroristas de Hamás y hay rehenes judíos secuestrados. Ni las peticiones a la contención de la ONU, de EEUU y de la Unión Europea están surtiendo efecto en el Gobierno israelí, cada vez más radicalizado.

El peligro iraní.

Sin embargo, Israel debe ser muy consciente de que si abre un segundo frente en el Norte contra Hizbulá se encontrará, casi con toda seguridad, con el país islámico más poderoso de la región: Irán. Que ya ha anunciado que ayudará a sus milicias en El Líbano. En abril, Teherán ya bombardeó Israel, en un ataque tan histórico como teatral que dejó a las claras que el régimen de los Ayatolás no teme el poderío militar judío. Un choque entre estos dos países sería de consecuencias devastadoras, desde el punto de vista económico y humanitario.

Sin salida.

En cualquier caso, Netanyahu no da su brazo a torcer y continúa devastando Gaza, donde han muerto ya más de 37.000 personas, la mayoría de ellas civiles inocentes. Las hambrunas y ahora la llegada del calor amenazan con agravar el infierno gazatí. Y mientras tanto, Israel no ha conseguido ni destruir a Hamás ni rescatar a los rehenes secuestrados.