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La Guardia Civil, tras una exhaustiva investigación, ha concluido que el yate que arrolló el pasado 23 de agosto el bote en el que se encontraba el joven mallorquín Guiem Comamala iba a una velocidad excesiva. Es una de las conclusiones del informe, que también recoge que la pequeña embarcación llevaba poca iluminación y que se produjo una fatal «concurrencia de conductas». La colisión se saldó con la muerte de Guiem. El yate siguió su trayecto y no se detuvo para auxiliar, aunque Dennis Viehof, el patrón, sostiene que no fue consciente de lo ocurrido hasta el día siguiente. El accidente mortal ha causado una gran conmoción en Mallorca, donde Guiem y su familia son muy queridos. La indignación fue en aumento cuando trascendió que los ocupantes del yate ‘La Luna’, de veinte metros de eslora y valorado en más de cuatro millones de euros, habían estado todo ese día de fiesta, bebiendo a bordo de la lujosa embarcación y provocando algunos problemas a otros bañistas y usuarios de una cala próxima.

Una selva.

Además, la trágica muerte ha puesto de manifiesto que el mar mallorquín se ha convertido en una selva en la que los imprudentes campan a sus anchas, aprovechándose de que el Govern solo tiene a dos inspectores y que la Guardia Civil cuenta con medios limitados y, además, debe controlar la llegada de pateras.

Calas y playas saturadas.

En es Carbó, en la Colònia de Sant Jordi, o en Illetes, en Calvià, por ejemplo, las playas están abarrotadas de lanchas, yates, zodiacs, motos acuáticas y otras embarcaciones que se acercan peligrosamente a la arena, donde nadan los bañistas. Cualquier día puede ocurrir otra desgracia, en aquellos parajes o en otros, que están igualmente expuestos a desaprensivos. El Govern, pues, debe reforzar de forma urgente e inmediata el control de nuestras calas y playas antes de que degeneren aún más.