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En unos meses se cumplirán tres años de la ‘operación especial’ de Vladimir Putin en Ucrania, que en realidad fue una invasión en toda regla. Lo que debía ser una batalla relámpago, con la rápida caída de Kiev, se ha convertido en una guerra de desgaste en la que Volodímir Zelensky trata de ganar tiempo a la espera de la inminente llegada al poder de Donald Trump, el nuevo presidente norteamericano. El panorama bélico solo se ha visto alterado por la jugada magistral de la inteligencia ucraniana, que en un golpe tan inesperado como demoledor, se adentró en las fronteras rusas y tomó una buena parte de la provincial de Kursk, donde todavía aguantan las tropas de Kiev. La situación se ha complicado con la llegada de unidades de combate norcoreanas, que se han posicionado del lado de Moscú, y que están internacionalizando el conflicto, con todo el riesgo que esto supone. Además, Putin ha estrenado una serie de nuevos misiles hipersónicos para contrarrestar el apoyo norteamericano a Kiev, lo supone una escalada en una guerra que parece no tener fin. De hecho, la posibles negociaciones de paz son, de momento, inexistentes.

No colapsó la economía.

Un dato que llama la atención es que la economía rusa, con una industria limitada, no ha colapsado en casi tres años pese al asfixiante boicot de Occidente. Dicho de otra manera, las sanciones no han funcionado y Putin, con una habilidad manifiesta, se ha acercado a China, Irán, India y Corea del Norte, entre otros países, para capear el temporal. Y con éxito.

Un futuro incierto.

Ahora, acabando el año, Moscú solo se plantea acabar con el conflicto si consolida sus posiciones en el Dombás y recupera Kursk. Crimea, y su anexionada base de Sebastopol, no entrará en una hipotética negociación de paz, así que el futuro de la guerra es incierto. Y cada vez más sangriento.