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De forma espontánea un numeroso grupo de ciudadanos protestó airadamente contra el alcalde Mateo Isern cuando éste, en la fiesta del 31 de diciembre pasado, cambió de idioma en su discurso. Del catalán inicial mudó al castellano. En ese instante se montó la de Dios es Cristo y el regidor no pudo acabar su discurso, tal era el griterío que profería improperios varios contra él. El jefe consistorial, visiblemente molesto, dio por acabado su discurso recriminando la actitud del personal levantisco. No acabó ahí la cosa, pues, según las crónicas publicadas, el jefe de la tropa pesemera se enzarzó con uno de los mariscales locales de la conservadora en una agria discusión sobre quién provocaba a quién a cuenta de los idiomas. Hay que reconocerle al PP que si su objetivo con todas estas tonterías del catalán era irritar a una parte de la ciudadanía lo ha conseguido. A fondo. En el espectáculo anticatalanista que montan cada dos por tres los conservadores brilla con especial estulticia la estupidez de hablar en público ratito en catalán, ratito en castellano. Para, se supone, así ejemplificar su bilingüismo. Realmente son ganas de tocar los bemoles. No me extraña nada que haya gente –y no precisamente de la cuerda radicalizada de las falanges pancatalanistas- que esté ya hasta la coronilla de gansadas por el estilo y consecuentemente, como ocurrió el 31 de diciembre pasado, estalle cuando tiene la oportunidad.