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Tras los atentados de Bruselas, de nuevo surgen las opiniones de siempre. Las que se oyeron luego de lo mismo perpetrado en Nueva York, Londres, Madrid, París… Que no todos los musulmanes son terroristas – ¿quién ha dicho alguna vez semejante estupidez?-, que si hay que integrar, que si todas las religiones son buenas, que si… Por supuesto que tener una creencia extraterrenal, sea cuál sea, no presupone nada. Ahora bien, hay que precisar que si una persona vive en Europa y cree que sus ideas sobre el más allá deben ordenar su vida terrenal, siempre y bajo todas las circunstancias es una decisión suya, personal, íntima e intransferible. De ninguna manera puede aspirar a que el conjunto social lo acepte. Es más, ni siquiera se le debe respetar. Alerta: al individuo sí, se le respeta en sus derechos. No a esas sus ideas que son nocivas. Hay que combatirlas. No estamos ante un conflicto, por tanto, de religiones. Allá cada cual con la suya. Sino de concepción de la vida y por ende de derechos humanos. Aquí en Europa separamos entre Estado y creencias extraterrenales, por tanto blindamos la libertad individual –y con ella la de expresión- como esencial de todas las personas por igual, al margen de su sexo, creencias y origen. Quien no acepte este principio debe ser considerado como lo que es: sea un comunista, un fascista o un integrista religioso sarraceno. Tiene derecho a serlo, cuidado, pero el Estado tiene la obligación de velar porque no afecte su creencia a la libertad de los demás ciudadanos. Y en relación a esta preeminencia del Estado –en el sentido de la estructuración democrática- sobre la concepción religiosa del individuo no estaría de más que las organizaciones islamistas de Europa occidental, incluidas las españolas, proclamaran expresa, solemne y públicamente la aceptación de ese principio. Se desvanecerían muchos malentendidos. Algunos políticos, como el alcalde de Zaragoza, dicen que los atentados son la respuesta a (sic) “nuestra” violencia. Es verdad que la grandeza de la democracia radica en que incluso un tonto de capirote como éste llegue a alcalde, pero no se puede dejar pasar su idiotez. No somos culpables. Sí es cierto que nuestros gobiernos han cometido errores terribles que han alentado el yihadismo –como las ridículas “primaveras árabes”, todas abortadas por los mismos servicios que las impulsaron- pero de ahí a asegurar lo que dice el zaragozano no hay un trecho, hay un océano. Otros políticos, como un diputado de Compromís, alertan sobre que alguien pueda creer que nuestra civilización es superior a la musulmana, y lo critica. De nuevo estamos ante uno de esos que por ser correctos políticamente no tienen empacho alguno en decir esas sandeces. Claro que nuestra civilización es superior a la sarracena. ¿Alguien lo duda? Separamos entre Estado y religión, consideramos iguales a las personas, nos hemos dotado de derechos democráticos y hemos derrotado a nuestro particular integrismo religioso, el católico y cristiano en general. ¿Cómo no va a ser nuestra civilización superior?