TW
0
Cien días de Pedro Sánchez. Cien días de relación con Quim Torra. Poco tiempo para extraer concluciones. Sin embargo algo se ha movido respecto al páramo que eran antes las relaciones institucionales entre los gobiernos de Madrid y Barcelona.

Los hay que se fijan sobre todo en la propaganda de cada parte, en los discursos respectivos, en las puestas en escena... y no se puede negar que en política todo ese aspecto formal es importante para evaluar cómo se relacionan dos partes en debate o disputa. No obstante, no estamos ante dos gobiernos normales. Uno es fruto de las consecuencias de haber retado a la legalidad constitucional -nada de golpe de Estado, lo que hubo fue una desobediencia absoluta parlamentaria y ejecutiva a la ley, pero no una ruptura por la fuerza de ésta, no es lo mismo- y el otro fue posible debido a una moción de censura, vía de acceso al poder insólita hasta el momento en España. Ambos son, por tanto, excepcionales -al menos en la primera acepción de la palabra: “que se aparta de lo ordinario, o que ocurre rara vez”- y por ende sus circunstancias no tienen nada que ver con los antecesores de ninguno de los dos. Es en este sentido que no son normales. Y para el caso que ocupa este análisis, el hecho de no ser normales invalida cualquier pretensión de analizarlos como si lo fueran. Por tanto es imprescindible arañar más allá de lo que emiten para intentar dar con algo que sea más consistente y permita obtener si no conclusiones -pues es muy pronto para ello- sí al menos conocer destellos de cómo van sus relaciones.

Y en esa pretensión de estudio de cómo se relacionan Madrid y Barcelona hay dos destellos que no pueden pasarse por alto. Las reuniones secretas y que bajo tanta pasión discursiva no ha habido más pasos ilegales.

En efecto, desde la reunión entre Sánchez y Torra ya son al menos cuatro ministros españoles y otros tantos consejeros catalanes los que se han visto en secreto. Se han conocido estos encuentros a posteriori pero en ningún caso se ha podido saber sobre qué negociaron. Cuando se consigue ese secretismo es porque ninguna de las dos partes negociadoras filtra, y esto pasa raras veces y sólo quiere decir una cosa, con absoluta seguridad: que ambas quieren llegar a un acuerdo. Lo cual es nuevo, importante y muy positivo. Recuérdese que con Mariano Rajoy en Madrid y Carles Puigdemont en Barcelona se rompía bien a posta cualquier atisbo de diálogo, mismamente el que intentó el PNV, que pudiera amenazar, por remoto que fuera el peligro, el feliz enfrentamiento. Ahora las cosas, por ese lado, son muy diferentes.

También contrasta con la fase anterior que la parte del enfrentamiento que tiene sobre sí la carga de la prueba, Barcelona, no ha vuelto a realizar ninguna acción ilegal y que por mucho que se revista de grandilocuencia rupturista de momento se conduce con prudencia negociadora. Lo que contrasta tanto como el negro sobre el blanco con la actitud del anterior jefe de ese gobierno regional.

¿Quiere todo esto decir que habrá un acuerdo? No. Pero sí quiere decir que se intenta. Que ya es mucho.