Sólo hay una razón para que un presidente
avance elecciones. Que crea que así obtendrá mejores resultados que si espera a
la finalización del período ordinario. Y Pedro Sánchez no es excepción. El
actual jefe del Gobierno entendió que si agotaba la legislatura le iría peor. No
tenía importancia, en realidad, que se hubiera quedado sin nuevos Presupuestos
Generales del Estado. Podría haber funcionado perfectamente sin ellos durante
todo el año y ya en el que viene embocar a urnas sin problema. Si ahora ha
convocado es porque ve opciones ciertas de poder seguir en la presidencial. Tal
cual.
Aunque desde la derecha se pretende que
Sánchez está hundido, no es así. Ya veremos qué ocurre en las urnas, pero bien
harían los derechistas en no dar por derrotado todavía al presidente, que este
hombre, si algo ha demostrado –además de no tener principios- es que no es
fácil de vencer.
¿Por qué convoca ahora?
Por un lado porque empiezan a verse algunos nubarrones en el horizonte económico, y bien podría ser que a lo largo del año descargaran y la situación fuera peor de lo que es ahora. Por otro, porque no podía llegar al acuerdo de mínimos que persigue con el independentismo catalán –con el vasco ya lo tiene atado- hasta que no acabe el juicio contra los líderes separatistas, y haya sentencia, y él esté ya validado por las urnas, haya sido de nuevo investido presidente y tenga más aborregado a su partido, lo suficiente como para evitar tentaciones de rebelión, como con las que ha tenido que lidiar en el pasado. En tercer lugar y sobre todo, la cuestión fundamental que le ha llevado al avance electoral es que sus asesores demoscópicos han visto ahora una oportunidad de hundimiento del PP debido a la irrupción de Vox que podría regalar al PSOE un montón de escaños.
En efecto, incluso Pablo Casado, que no ganará nunca el Nobel a pesar de coleccionar títulos académicos, se ha dado cuenta al fin, tras más de dos meses de creer que lo de Andalucía se repetiría de forma automática por todo, que Vox puede darle a Sánchez la investidura. Así es: en España las circunscripciones electorales son las provincias, según la Constitución, y 22 de ellas eligen entre 2 y 5 escaños -amén de las ciudades africanas que envían a Madrid un diputado cada una-, son las menos pobladas, en las que de siempre los diputados se los han llevado PP y PSOE –en proporción de 2 a 1- y las terceras candidaturas sólo han podido arañar un puñado a razón de uno por circunscripción, como máximo. En 2016 el PP sacó ahí 47 escaños, el PSOE 26, Podemos 12 y Ciudadanos 2. Pues bien, si, como dicen las encuestas, Vox firma en ellas alrededor de un 10%-12% de votos, la transferencia de apoyos del PP hacia la formación ultra más el impulso propio del PSOE hará que éste sea el partido más votado. Y el más votado, por el sistema d'Hondt de conversión de votos en escaños, recibe el gran premio en diputados. Por eso el PP –como bien reconocía Casado- derramaría al menos 20 escaños –en verdad sería más probable que fueran 25- que se irían todos al PSOE mientras que Vox no conseguiría ninguno, excepto que en alguna provincia superarse a Podemos y Ciudadanos. Dicho de otra manera: sólo en esas 24 provinciales Vox provocaría que el resultado global del PP bajase a 110-115, mientras que el del PSOE llegase a unos 105. Súmese a esto la previsión demoscópica en grandes ciudades –caída de Podemos, gran aumento del PSOE, descenso del PP, irrupción de Vox, incremento pero no tanto como hace unos meses se preveía de Ciudadanos- y se entenderá por qué convoca ahora Sánchez a elecciones.
Por supuesto que el riesgo existe, para el socialista. Nada está escrito. Pero ahora mismo tiene esa ‘ventana de oportunidad', tal y como dicen en el PSOE, que no es seguro que se mantenga abierta mucho más tiempo. Por eso era ahora o ya esperar al final. Y decidió ahora. Como suele ser en él, sin miedo, asumiendo gran riesgo y dejando descolocados a sus adversarios.
Hasta la fecha tanto arrojo le ha salido
siempre bien. Veremos esta vez.
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