La dirección del PP se ha dado cuenta al fin que Vox no está para apuntalar a Pablo Casado sino para lancearlo y superar al partido. Su verborrea ideológica no tiene otro fin, igual que en su día la de Podemos ya pretendía hacer lo mismo con Pedro Sánchez y el PSOE.
Así es y fue, en efecto. Pablo Iglesias intentó asaltar el cielo y hoy está más cerca del infierno. Su extrema incapacidad estratégica le llevó a excesos tan evidentes tras las elecciones de 2015 que ya en 2016 sufrió una vía de agua en forma de votos – a través de la cual retornaron a lo que en tiempos los dirigentes socialistas llamaron la ‘casa común de la izquierda' - que ahora resulta minúscula comparada con la actual, cuyo calibre, al decir de las encuestas, puede adelgazar el poder representativo morado a la mitad, lo que disminuiría todavía mucho más su capacidad de influencia sobre un hipotético nuevo gobierno liderado por Sánchez. Fuimos bastantes los que hace cuatro años analizamos que el PSOE podría acabar siendo muy parecido al PASOK, el socialismo griego al que Syriza primero superó y luego dejó en la insignificancia. Nos equivocamos. No ha pasado así. Sánchez, gracias a su arrojo irresponsable pero efectivo – aunque sea sobre todo por su interés personal - ha abortado la progresión neocomunista y situado a Podemos más cerca de la tradicional poca entidad comunista – primero del PCE y más tarde de Izquierda Unida – que de un partido con verdadera opción de poder. ¿O sea que pasará lo mismo con PP y Vox ahora?
No tiene por qué y sobre todo todavía no hemos llegado al punto de inflexión de la relación entre ambos partidos para saberlo . En el caso PSOE – Podemos el tal punto fue la moción de censura. A partir de ahí todo cambió a mucho peor para los morados y a mucho mejor para los socialistas. Tanto que puede decirse que el peligro del famoso “sorpasso” ya es un lejano recuerdo de lo que pudo ser y no fue. Para el caso de la competencia entre PP y la ultraderecha todavía no se sabe ni siquiera si los comicios del 28 de abril serán ese punto de inflexión. Podrían serlo. Si Pablo Casado sale de esas urnas catapultado a la investidura presidencial el futuro de Vox quedará sellado como muleta que podrá ser más o menos incómoda pero no llegará a desbordar esa modesta condición. Si por el contrario Casado se queda clavado en la oposición y el PSOE puede gobernar, las cosas cambiarán y las expectativas para el PP se oscurecerán muchísimo. Por un lado porque la formación neofascista le haría en ese caso todavía más daño por la derecha y por otro porque Ciudadanos podría morderle por el centro, aunque también es verdad que con lo limitado que es Albert Rivera nunca se sabe si sabrá aprovechar una oportunidad, como dejan en claro sus actuaciones desde mayo del año pasado, tiempo en el que su incapacidad ha abortado la progresión de su partido.
En cualquier caso la relación PP y Vox se establece hoy por hoy no como la propia de elementos complementarios sino como la de enemigos que luchan por la intersección de espacio y votos que existe entre ambos. Y como suele ocurrir en estos casos, el hecho de que la disputa favorezca, y mucho, al que se supone que es el adversario común no tiene la menor importancia porque no existe nada más perentorio en política que acabar – o al menos acotar lo más posible – al enemigo, que siempre es el prójimo y nunca el ajeno y simple adversario.
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