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Ante la posible negociación entre el Gobierno de Pedro Sánchez y los independentistas catalanes se han activado todos los resortes de la España eterna mediática para impedirla a base de mentiras, exageraciones y medias verdades sobre el apocalipsis que se nos advendría. En el fondo es el mismo rostro de la España de vocación imperial que sin imperio alguno languidece entre océanos de caspa, pensándose todavía que lo que ve a través del escaso ángulo de visión que le permiten sus estrechas anteojeras es el mundo entero.No se le queda muy atrás el universo separatista del puigdemonstismo, aquejado de una visión mesiánica convertida en religión más que defensora de una opción política. 

Como a menudo ocurre en este mar de hipérboles e imposturas, ha sido el líder del PSC, Miquel Iceta, el único que ha clavado la cuestión: “si hay voluntad de diálogo, el instrumento no debería ser un problema”, ha afirmado. Así es. Tan simple como esto. De lo que se trata, pues, es de si hay que negociar o si no. Todo lo demás son excusas. 

Las usan, las excusas, de una manera u otra, las dos partes. Tanto el independentismo en Barcelona como el unionismo en Madrid. En ambas orillas existe gente con una clara voluntad de reventar cualquier posibilidad de negociación. En la parte catalana el puigdemontismo apuesta al ‘cuanto peor mejor', para él. No quiere un verdadero diálogo. Por eso aunque siempre a él apela huye de concretar sobre qué podría erigirse, sobre qué aspectos lógicos quisiera negociar. Para él y sus acólitos todo se reduce a “negociar” cómo se aceptan sus imposiciones. Sin margen para nada más. No es el caso de ERC que parece estar dispuesta al menos a intentar hablar con la otra parte. Una diferencia abismal entre los dos tipos de separatismo. Ahora bien, que ERC tenga esa voluntad de negociar no significa que vaya a poder concretarla porque la capacidad de presión que tiene el puigdemontismo es muy alta y habrá que ver si puede soslayarla y en su caso cómo. En el otro lado también tienen a sus acérrimos defensores de cercenar cualquier atisbo de negociación racional -esto es: política – y a ello dedican sus manipulaciones unos -los medios – y encendidas peroratas los otros – los políticos derechistas – a ver si consiguen así su objetivo. 

Entre unos y otros radicales de ambos ambos situados en las dos orillas hay un flujo en medio, tanto mediático como político que al menos aspira a poder explorar la posibilidad de dialogar, ver si se puede luego negociar y al fin valorar cómo podría llegarse a un acuerdo futuro que supusiera una salida de mínimos para las dos partes. 

Algo tan simple como esto, tan de sentido común, tan habitual en cualquier otra democracia, en este país se ha convertido para muchos de ambas orillas en algo aborrecible. 

No es un buen camino para nuestra democracia.