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No quiero acordarme de cómo se llamaba. Era un clérigo bajito, con la barbilla pronunciada y la nariz como la culata de un revolver Colt 45. Solía decirme: «Ves menos que un pulpo en un garaje, con gafas de sol y de noche». Tenía razón. En aquella época yo tenía cinco dioptrías de miopía en cada ojo y me hacían sentar en los últimos bancos de una clase de cuarenta alumnos, de modo que en lugar de pizarra sólo veía una madera pintada de marrón o verde –porque además era daltónico (y lo sigo siendo). Ya tenía catorce años y nadie se había dado cuenta. Pasaba los cursos, incluso los del bachillerato, por arte de bóbilis-bóbilis , como decía ese mismo profesor, o como también indicaba a veces, por ciencia infusa. Pasaba las horas en mi rincón, «pensando en las musarañas», como también solía decir ese ínclito profesor. Como ven, tenía un extenso vocabulario coloquial, y eso que era profesor de matemáticas. Otra cosa que solía decir cuando te equivocabas en las cuentas –es decir: siempre, porque yo entonces ya era de letras, aunque me hacían estudiar ciencias–, solía decir: «¡Mao-Tse-Tung!». Nosotros no teníamos ni idea de quién era Mao Tse Tung , ni siquiera Mao Zedong , como se llamaba también al máximo dirigente del Partido Comunista de China. Sólo sabíamos de China que el día del Domund había que salir con huchas a recaudar monedas para los chinitos, que lo pasaban tan mal que ahora van para primera potencia mundial con permiso del coronavirus.

Si te dormías con un mal pensamiento, podías despertarte en el infierno. Y como decía otro clérigo pequeñito, allí íbamos a quemar por toda la eternidad y ni siquiera nuestra madre podría echarnos una pequeñísima parte de una gotita de agua para aliviarnos. No me lo invento: yo me imaginaba a mi madre en una ventana alta, pugnando por derramar una gotita de agua. Para explicar la eternidad, el clérigo decía que si recogiéramos granito a granito todas las arenas de todas las playas del mundo, para cuando hubiéramos terminado, la eternidad aún estaría empezando. Mejor será hacernos el pulpo en un garaje con gafas de sol y de noche.