Nos ha tocado vivir un tiempo en el que caricias y abrazos han sido desterrados. No sabemos cómo estos meses de soledades, ausencias, y ansiedades nos afectarán en el futuro. Sin darnos cuenta hemos pasado del impulso de abrazar a la necesidad de evitar que nos abracen. Hace mucho que no abrazamos. Duele mucho que no nos abracen. Pero en esta realidad pandémica no podemos claudicar, olvidar lo que somos, cómo somos, cómo amamos.
Este virus nos ha enseñado que nuestra capacidad de adaptación no tiene límites. Hemos aprendido a respetar una distancia de seguridad, a salir para lo mínimo imprescindible, a vernos sin mascarilla solo a través de pantallas, a no tocarnos, a no besarnos... Sabemos que nos va la vida en ello, la nuestra y la de quienes conviven con nosotros. Y esa renuncia, ese no hacer lo que desearíamos, hemos aprendido a verla como un acto de amor, como el verdadero acto de amor que es.
Hemos vivido tiempos de parejas separadas durante meses por culpa de los confinamientos, de enamorados explicando a la Guardia Civil que el único y legítimo motivo de su viaje era estar con su amor. Pero las barreras han sido infranqueables para quienes aman y los guardiaciviles autistas a los requerimientos del amor. Sin embargo, también han nacido historias de amor, reservadas quizá a los más jóvenes o a los más avezados en inventos y tecnologías, de portátil a portátil, de móvil a móvil y de tablet a tablet. ¡Qué habría sido de la humanidad sin todos esos benditos artefactos! Bienvenido sea el uso del amor en las redes y que desplace, ojalá para siempre, al odio, al insulto y la sinrazón que se han apoderado de ellas.
No podemos dejarnos llevar por la ansiedad, el miedo o el desánimo. ¡Somos lo que amamos! No permitamos que un simple bicho nos arrebate lo que sentimos, lo que anhelamos, lo que nos queda por vivir. En estos duros tiempos, de tarde en tarde, me llega la voz lejana de mi padre diciéndome «tranquilo, hijo, la distancia apaga el fuego chico y enciende el grande». Pasar de los sesenta y haber tenido que vivir interminables meses sin poder estar con mi amor me han hecho comprender lo afortunado que soy al saber que sigo enamorado, que el bicho no se ha llevado mi capacidad de amar y que algún día volverá el tiempo de los abrazos, susurros y caricias que se llevarán para siempre las mascarillas y las PCR. Mientras tanto, preparémonos para ese momento fijándonos en todos los actos de amor que hay a nuestro alrededor. Es fácil, basta con mirar al personal sanitario que tenemos más cerca. Veremos muchos cada día.
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