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Desde que se desmembró la Unión Soviética han ido resucitando nombres de paises que nos llegaban desde las obras de Verne. Lugares lejanos y tan ajedos en los que se diría que no ocurre nada más allá de la vida cotidiana. Pero no crean.

Fijémonos hoy por ejemplo en Turkmenistán, una república que alcanza a limitar con Irán. Al mando del lugar y como presidente, primer ministro, jefe de las fuerzas armadas, y desde hace unos días senador autoleegido de forma insólita ya que sin presentar candidatura ha logrado el 100% de los votos, encontramos a Gurbangulí Berdimujamédov , conocido por sus fieles –no les quedan más huevos– súbditos como, ‘El Protector', o más llanamente, ‘El Jefe'. Le llamaremos por su nombre propio, Gurbangulí, sí, Gurbangulí es un gobernante entre lo feudal y lo esperpéntico no valleinclanesco al que también podría incluírsele en un apartado del realismo mágico asiático, si es que lo hay. Hombre de muchas ideas y fenomenales caprichos, se ha hecho erigir una estatua de sí mismo en bronce y oro de 24 quilates, y días después, otra, de 15 metros de altura, en honor de la raza autóctona alabai, de perros pastores. ¿Impresionante, verdad? Pero nada como lo de prohibir la circulación de coches negros, que son inmediatamente retirados de las calles de la capital, Asjabat, y conducidos al depósito de donde sólo pueden ser retirados si son pintados de otro color, preferentemente de blanco. Ah, Gurbangulí, nuevo senador, felicitado con entusiasmo por la presidenta del Parlamento, Gulshat Mamedova –¡qué nombres tan estupendos tiene esta gente!– quien no deja de loar sus virtudes. Mientras, un país rico en petróleo, gas, y algodón, apenas da para abastecer de productos básicos a precios normales a sus cinco millones de habitantes. ¡Joder, y nos quejamos de nuestros gobernantes!