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La Iglesia perdió, hace unos pocos días, al teólogo más importante con que contaba. Como dijo J. M. Castillo, « Hans Küng ha sido uno de los creyentes y pensadores más determinantes que ha tenido la Iglesia desde el Vaticano II». Sin embargo, inspirados por Roma, legiones de desconocedores de su ingente obra científica han venido, en espíritu de sumisión y obediencia, esparciendo por doquier el virus de su descrédito, de su condena, de su desprestigio.

Su lucha fue titánica y plena de obstáculos intercalados desde las instancias vaticanas. Sin embargo, no desfalleció ni en su fe, ni en su libertad existencial, ni en su conciencia. Y, al mismo tiempo, quiso «ser fiel igualmente a la cultura, al pensamiento y a las necesidades de nuestro tiempo» (Castillo). Ni siquiera cuando, en el pontificado de Juan Pablo II , se le retiró la licencia eclesiástica de enseñanza (diciembre de 1979) hizo mella en su servicio y fidelidad a la Iglesia. Le permitió explorar nuevas orillas sin abdicar para nada de su cristianismo.

Han transcurrido 42 años desde que se tomó, sin escucharle, tan lamentable e injusta decisión. Ni Juan Pablo II, ni Benedicto XVI , ni Francisco han propiciado su rehabilitación. Este es el hecho incontrovertible. Ha fallecido sin ser rehabilitado a pesar de sus grandes servicios a la Iglesia. No conviene ocultar esta circunstancia no menor.

Esta cruel realidad ha querido, en mi opinión, paliarse mediante la intervención del cardenal Walter Kasper , antiguo asistente de Küng y ahora uno de los más firmes apoyos teológicos de Francisco. Según declaró el purpurado alemán, «llamé al Papa e, inmediatamente, Francisco, a través de mí, le envió su bendición. Hans quedó muy contento, era importante para él». Es más, según declaraciones a Il Corriere della Sera , tanto Bergoglio como Ratzinger «conocieron su estado y rezaron por él». Recordó «que el Papa me dijo que le transmitiera sus saludos y sus bendiciones ‘en la comunidad cristiana'. Y fue como si Küng se sintiera en paz con la Iglesia y con Francisco, una especie de reconciliación».

Felizmente, Hermann Häring , teólogo, alumno y amigo de Küng, ha puesto las cosas en su sitio. «El Vaticano evitó deliberadamente dar pasos reconciliadores hacia Hans Küng». Esta es la verdad. Si su voluntad hubiese sido favorable a su rehabilitación, ha tenido tiempo de sobra desde 1979. Además, estas cosas no se resuelven con ‘tácticas' indirectas ni con interpretaciones de buenos deseos. Se resuelven por derecho y después de una escucha mutua. Su amigo ha sido muy claro y explícito: «… la petición expresada repetidamente en los últimos años desde diversas partes de rehabilitar a Küng, fue reconocida por Roma con una ‘respuesta estereotipada', que, a pesar de la apreciación de sus méritos teológicos, omitió decididamente formulaciones en la dirección de una rehabilitación. Hans Küng fue dolorosamente consciente de esta diferencia, hasta el final».

Roma, una vez más, ha optado por el lamentable camino de la apariencia. No ha querido rehabilitarlo. Pero, al mismo tiempo, se crea una falsa apariencia de reconciliación. ¿Por qué? ¿Acaso se tenía en Roma una cierta conciencia de no haber actuado en el procedimiento con la pulcritud debida? ¿Acaso se era consciente en Roma de la existencia en muchos ámbitos eclesiales de un cierta opinión favorable a Küng y su trabajo teológico? ¿Qué se esconde debajo del elogio de Mons Georg Bätzing , presidente de la Conferencia episcopal alemana, que lo califica como ‘teólogo católico'? Estas preguntas quedan sin contestar en el ambiente a la vez que, a mi entender, señalan, una vez más, que el poder tiende a no compadecerse con la humildad y el reconocimiento del error y a no mostrarse como servicio.

Frente a cualquier otra motivación, los seguidores de Jesús debemos preferir la misericordia al sacrificio (Mat 9, 13). ¿Cómo es que, en el caso Hans Küng, se ha prescindido de algo tan esencial? Se ha preferido optar por la apariencia. ¡Vaya contra testimonio!