Adiós al último Quijote

España es un país de Sanchos que cada día tira más al ande yo caliente y ríase la gente, al «Que se jodan», o al macabro «¡A por ellos!» con el que desde muchos lugares se jaleaba a las fuerzas de seguridad que partían hacia aquella Catalunya que quería tener el derecho a decidir. De las lejanas brumas que alumbraron la esperanza el 15-M surgió un Quijote, quizá el último, que creyó poder cambiar el cuñadismo, el pesebrismo y el «todos son iguales» con el que los más corruptos pretenden justificar lo injustificable. Ese Quijote aterrorizó al poder desde el mismo día en que decidió entrar en las instituciones para cambiar el sistema desde dentro. Nunca, en la historia de este país amamantado de bilis y mala leche, se había perseguido y linchado a un político como se ha hecho con Pablo Iglesias. Adversarios políticos e incluso algunos correligionarios no han parado de atacar a ese peligroso advenedizo que amenazaba con asaltar los cielos. El acoso ininterrumpido de una manada de lobos frente a su casa no ha tenido réplica institucional que le protegiera a él y a su familia. Fiscales y jueces han preferido mirar hacia otro lado. Me pregunto si habrían obrado igual si en lugar de la casa de este Pablo la atacada hubiera sido la del otro. Ha recibido todo tipo de insultos, descalificaciones, bulos, mentiras, y hasta balas amenazándole de muerte. Ha sido el enemigo público número uno, la pieza a abatir. En esta batalla ha recibido balas de todos lados, hasta de los que un día fueron sus amigos. Harto de todo y de todos se ha marchado, y lo ha hecho con la dignidad del que no ha renunciado a sus ideas y las ha defendido siempre y en todo lugar. Puede marcharse con la cabeza alta, callando a todos los que le insultaron diciendo que solo buscaba protagonismo y poltronas. En este juego sucio no es él quien ha perdido, sino un país en el que las camisas azules y los aguiluchos ganan elecciones al grito de «¡Libertad!»