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Juventud sin futuro’ fue uno de los lemas del 15-M, un momento en el que ser mileurista casi equivalía a estar en lo más bajo de la escala social. Diez años después, nuestros jóvenes firmarían donde hiciese falta para poder serlo.

Un 39’5 % de paro juvenil, 41’1 % en el caso de las mujeres. Los últimos datos de la encuesta de la EPA nos muestran la crudeza de la situación de la juventud de las Islas. Y eso sin contar los que están en ERTE que sí, figuran como ocupados, pero muchos lo son de empresas que están condenadas al cierre.

Me dirán que es por la pandemia, pero les aseguro que las cifras anteriores tampoco nos situaban en demasiado buen lugar. En cualquier caso, tanto las de tiempos teóricamente mejores, como las de ahora mismo, nos dibujan un panorama en el que con pocas excepciones, sólo cabe la inestabilidad del sector servicios o el blindaje de un empleo en la Administración.

Por cierto que lo segundo no deja de ser una trampa, dado que para que la Administración subsista, es necesario un sector productivo al que poder exprimir a conciencia. Y esto que parece tan lógico, da la sensación de que no se entiende.

De hecho, la política de restricciones durante la pandemia, si algo está dejando claro es la enorme e insalvable brecha entre la realidad de una clase política y funcionarial a la que los rigores de la situación no les están afectando en absoluto, y el resto de la población que vive, o malvive, pendiente, no sólo de la evolución de la enfermedad sino también de las decisiones de los que no se juegan nada.

La falta de oportunidades es el lastre al que se enfrenta una juventud, parte de la cual ya va por la segunda crisis económica y empieza a perder la esperanza de que su futuro se acerque, ligeramente a la vida que tuvieron sus padres.

Un trabajo mínimamente estable o una vivienda, no ya en propiedad, sino en un alquiler que no sea compartido, son ahora mismo para los jóvenes de Balears, sueños inalcanzables. No digamos ya una familia, lanzarse al precipicio de traer un hijo al mundo o conseguir el milagro de tener dos.

No diré que sean la generación más preparada, pero en términos generales, sí la más titulada, de ahí que la frustración ante un desempleo que se cronifica o un empleo precario tras otro, sea mayor.

Pero en Balears, la situación se agrava porque prácticamente toda la economía depende del turismo y porque los datos de abandono y de fracaso escolar nos sitúan en lo alto de la media española. Es fácil ver que eso hace a nuestros jóvenes bastante menos competitivos que el resto.

Y llegados a esa situación del 39’5 % de jóvenes que quieren trabajar y no pueden, la Administración se lava las manos. No sólo en las políticas a largo plazo –que también– sino en las del día a día.

Cuántos jóvenes conocemos a los que, después de un año sin poder trabajar, se les niega cualquier ayuda –aunque sea puntual–, sólo porque han vuelto a casa de sus padres y se considera que si éstos pueden mantenerlos, no la necesitan. Jóvenes subsidiados por unos padres que siguen pagando sus impuestos religiosamente para que quienes les niegan cualquier ayuda a sus hijos, gasten discrecionalmente su dinero, quién sabe en qué.