Seamos sinceros: Balears no tiene ecologistas. Porque no nos atreveremos a llamar ‘ecologista' a un partido que promueve, aprueba, contrata y construye una autopista innecesaria sólo porque no ha acudido a la inauguración. O no vamos a llamar ecologista a quien hace una autopista de cuatro carriles y la denomina ‘camino rural hacia la convivencia' o cualquier otra idiotez por el estilo. O va a ser que un ecologista es quien permite que en un supermercado todos los productos estén envasados en plástico pero que tranquilice su conciencia obligándonos a que la bolsita en la que nos colocan todo ese plástico sea de papel. O es ecologista quien promueve una planta de hidrógeno, cuya generación es más contaminante que la producción de energía eléctrica. O el ecologista es el que, por los votos de los propietarios de segundas residencias, permite que el número de turistas que pueden alojarse en Balears suba en medio millón, cargando todos los servicios públicos.
Yo estoy en contra de la autopista entre Llucmajor y Campos. Pero no por razones de fe, no por religión, sino por motivos racionales. Yo pienso que esa autopista no era necesaria. En todo caso, tampoco es que su construcción provoque un daño irreversible a la identidad de Mallorca, como estos demagogos nos habrían dicho si estuvieran en la oposición.
¿Cuál era el problema entre Llucmajor y Campos? La siniestralidad. Esa carretera era un matadero. Pero no es lo mismo tener que resolver un problema de siniestralidad en una carretera que un problema de capacidad. La carretera de Llucmajor a Campos tenía saturaciones unos pocos días en verano y apenas a unas pocas horas. Ni un gestor serio en el mundo habría hecho una autopista como respuesta a un problema de siniestralidad; es como matar moscas a cañonazos; resuelve el problema, pero con un coste ambiental y económico desmesurado. La autopista primordialmente sirve para resolver las saturaciones.
En todo el mundo hay carreteras propensas a los accidentes. Hay incontables razones para que en ciertas vías haya más siniestros que en otras. En este caso, influye que esa carretera estuviera situada justo después de un tramo de autopista: el conductor asume una velocidad que no es fácil de modificar cuando se pasa a una vía más estrecha y, sobre todo, con un firme excelente y muy recta.
Esto tiene soluciones: rotondas, estrechamientos y microcurvas para adaptar al conductor a la velocidad recomendable en el nuevo tramo; incrementar la distancia entre los dos carriles; se pueden incorporar pasos rugosos en el pavimento para frenar los coches. La gama de opciones, para técnicos informados, es amplia. Nunca basta con poner un simple cartel limitador de velocidad; nunca basta con una doble raya continua en todo el tramo. Pero eso fue todo lo que supimos hacer.
Antes que una autopista, se podría haber hecho algún tramo, en uno de los sentidos, desdoblado, para paliar los escasos momentos del año en los que hay saturación de tráfico. Y jamás, jamás, se debió de excluir de la solución la circunvalación de Campos. Esa carretera, mejorada, siempre debió de acabar al este de Campos.
Sin embargo, a quienes impúdicamente se siguen llamando ecologistas, les pareció mejor hacer una autopista pura y dura. En el fondo, su sueño es ser como la derecha. Hicieron la autopista, con la condición de que no se llamara autopista. Que Més o Podemos no acudan a la inauguración tampoco cambia las cosas. Lo único que hacen es un gesto. En eso ha quedado el ecologismo en Mallorca: gestos. Se diferencian de los demás en que las tapas de sus proyectos son de color verde.
Balears tiene un serio problema con la ideología: como buenos mercaderes, sólo creemos en la imagen. Si en Balears algún día hubo políticos ecologistas era porque esto tenía rentabilidad, porque permitía ganarse un sueldo, ser concejal, llegar a diputado, ser alguien. Los mismos que se opusieron a las autopistas troncales como la de Inca, que sí eran imprescindibles, son los que ahora hacen la innecesaria de Llucmajor a Campos; los mismos que acusan a los yates de dañar la posidonia dirigen la Emaya de los vertidos fecales al mar.
El cáncer de nuestra sociedad es este postureo: los mismos que acusan con razón a otros de financiar sus partidos ilegalmente, viven en la mangarrufa; los que defienden la trasparencia no permiten que su mano derecha sepa lo que hace la izquierda; los que pregonan la democracia popular y asamblearia terminan por imponerse porque sí.
En realidad no creemos en nada, como buenos fenicios, sino que somos oportunistas. También con el medio ambiente.
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