Descartes dijo que de lo único que no podemos dudar es de los esquemas matemáticos que fabrican un mundo de máquinas, tecnología y control mental. ¿Y el virus? Ante un futuro maquinal dijo que «el mundo y los hombres son una pesadilla» amenazante e incomprensible si solo nos guiamos por los programas. Cuando Asperger y otros psiquiatras fascistas condenaban a muerte a miles de niños, los clasificaban de «incomprensibles». Descartes sabía que la cultura histórica, las ideas de verdad, belleza y justicia, respeto o consideración no menos que los cielos y los mares, son ajenos a la tecnología, son «pesadillas» desde el punto de vista de un cerebro tecnocrático. Otro profeta del bicho es la película Doom (2005). En un lugar artificial, ni Tierra ni Marte ni campos ni mares ni pueblos. Ni un solo protagonista dice nada de su propia identidad, gustos y carácter como en una comedia de Rob Schneider . En Doom solo hay pasillos, laboratorios y departamentos llenos de máquinas, contraseñas, control. No es la Tierra, no es un lugar identificable. Solo espacio tecnológico. Ahí unos militares y una experta en laboratorio se enfrentan a monstruos de pesadilla. Van cayendo. Todo lo que se mueve vivo es una amenaza: un virus ha llevado a enfermar misteriosamente a todos. Cada enfermo es un monstruo.
Me acordé del credo de la medicina nazi: «el fin jamás es curar sino proteger de los enfermos al cuerpo sano social». En Doom no hay cura. Las vacunas obsoletas. El humano, una amenaza siempre, el mundo una pesadilla y los vivos muertos vivientes. En la robotización sin mundo, en un espacio totalmente tecnológico, ser humano significa ser un monstruo, una pesadilla y un perro rabioso que debe desaparecer, pues lo humano no emana de una fórmula mental. La OMS afirma que el virus será «endémico al humano». Especie moribunda. Inviable, «desbocada» e incomprensible para sus maquinitas.
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