La condición de ser una isla nos permite tener, en sentido metafórico, una puerta de entrada y una de salida lo que significa que podemos controlar quién llega a nuestra tierra y en qué condiciones llega. Dicho esto, las medidas que se exigen a quien nos visita, con pruebas de antígenos o PCR negativas, debería ser una condición indispensable a todo el que decide pasar sus vacaciones en Baleares.
Estos días estamos viviendo la lamentable situación de grupos de jóvenes que han venido a Mallorca de viaje de fin de curso. Unos jóvenes que han conseguido en tiempo récord dar una imagen irreal pero deplorable de lo que es la juventud y, todavía peor, manchar la reputación de nuestro Archipiélago después de llevar 16 meses con esfuerzos titánicos para salvar el verano.
No vamos a entrar a valorar la actuación de quienes tienen que poner coto a los desfases. De si el Ayuntamiento de Palma debería haber autorizado o no la macro fiesta que se realizó ni si detrás de estas ansias de venir a Mallorca a emborracharse hay alguien que solo ve un rédito económico personal. Habrá tiempo para depurar responsabilidades y de exigir mayor contundencia en la respuesta que se debe adoptar a aquellos que ponen en peligro la salud y la economía de quienes tratamos de mantener la paciencia a flote en un momento de verdadera angustia económica.
Tampoco entraremos a cuestionar la decisión del juez de no ratificar el confinamiento forzoso a los jóvenes aislados que han dado negativo en coronavirus, o a aquellos que no se las han hecho. Ahora ya no tiene demasiado sentido pero resulta llamativo que cualquiera de nosotros debamos mantener un aislamiento forzoso cuando hemos estado en contacto con algún positivo y un macro contagio como el recientemente ocurrido se justifique alegando que se trata de ‘detenciones ilegales'.
Lo que sí queremos es hacer una doble reflexión que creemos que es muy necesaria porque lo que estamos poniendo en juego es una pérdida de valores generacionales. Todos hemos sido jóvenes alguna vez y nadie olvida esos años en los que no existían mayores preocupaciones que las de salir y disfrutar con los amigos. Venimos de unos meses duros para todos y podemos imaginar lo difícil que habrá sido para esa franja de estudiantes preuniversitarios que han visto frustradas sus ansias de desfogue, pero la pandemia sanitaria no es culpa de nadie y sí responsabilidad de todos. Estos jóvenes deberían saber que lo que no está permitido en sus ciudades de origen tampoco lo está en Mallorca, por mucho que celebren su paso a la Universidad. Pero, ¿y los padres de esos chavales? ¿De verdad no se dan cuenta del peligro en el que ponen a sus hijos permitiendo un desconfinamiento voluntario cuando cualquier persona debe cumplir con el mismo protocolo al haber estado en contacto directo con un positivo?
Muchos baleares vivimos estos días atónitos ante la reacción de estos progenitores que ven con normalidad que sus hijos se salten todos los protocolos sanitarios para salir a emborracharse y sin embargo pongan el grito en el cielo cuando se trata de protegerlos de posibles contagios.
Algo estamos haciendo mal como sociedad. Por eso, queremos alzar la voz por esta complacencia y falta de crítica de unos padres ante la actitud infantil e irresponsable de sus hijos. Porque al final, las borracheras las pagan ellos pero su aislamiento y las consecuencias para nuestro turismo, nuestra economía y nuestra supervivencia las pagaremos todos y cada uno de nosotros.
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