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Cuando tenía doce años vi una película de Kirk Douglas que me flipó. No recuerdo el título. Kirk era un tipo adinerado al que su joven esposa le ha sido infiel. Kirk se pasaba un buen rato de la peli en pijama y sin hablar con nadie. Ni a su esposa, ni a su familia, ni al servicio doméstico. Toma el sol, se pega un chapuzón y cuando le dirigen la palabra se da media vuelta y se va.

El hecho de no hablar a nadie para mí era un motivo de admiración. A los 17 años, mi idea de la belleza se resumía a poseer un incisivo de oro y sonreír abiertamente como si fuese el mejor de los amigos que uno pudiera tener mientras sopesaba en cómo le sentaría al que tuviera delante si de repente le rebanaba el pescuezo de una precisa tajada. Con la mayoría de edad, esa escena se me pasó, pero me parecía de mala educación pagar en los bares. Entraba, me acodaba, pedía una cerveza y sonreía a los parroquianos. Charlaba educadamente, ofreciendo datos interesantes: el gol del honor de Holanda en el Mundial 78 fue marcado por un tal Nanninga. Por cierto, ¿sabéis que el Sredets de Sofía es el antiguo CSKA de Sofía? De ahí ha llegado Hristo Stoichkov . Sí, está loco, pero mete goles. Hubo un entrenador del Barça que escribía novelas policiacas, Terry Venables . Sí, la última liga azulgrana la ganó él. Pues su novela no estaba mal. «Me llamo Hazell », decía, «y soy el mayor hijo de puta que se haya plantado en su puerta». Me parece un fantástico inicio de novela. ¿No pensáis igual?

Me levantaba sonriente. Ha sido un placer, amigos. Gracias por todo. Y repartía palmadas en espaldas hasta la puerta. Nadie me dijo nada. Ahora me toma el pelo todo Dios . El Sredets de Sofía volvió a ser el CSKA de Sofía al año siguiente. Nunca me inserté un incisivo de oro. Tal vez ese fue el error.