En estos años, las diferencias, lejos de superarse, se han agravado. El enfrentamiento entre los partidos políticos, la crisis institucional o los intentos secesionistas no son sino expresiones de un malestar más hondo, radicado en la psique o alma del individuo. Poco a poco se ha abierto paso una mentalidad pretendidamente autodeterminada que, en el caso del español, acentúa su connatural individualismo. La tendencia acelerada a enclaustrarse en el propio ‘yo', que dicta a capricho lo que es éticamente lícito sin acudir a ninguna instancia superior, cual «señorito satisfecho» –en palabras de Ortega−, manifiesta hasta qué punto se ha deteriorado el nivel cognitivo del ser humano.
En efecto, a pesar de considerar lo contrario, la mayoría de las personas no se conocen a sí mismas. Sin saberlo, se da por superada la enseñanza de Sócrates en la que la razón puede apreciar la verdad inmutable de la ética, inscrita en el orden de la naturaleza. Por el contrario, las posiciones de los sofistas griegos concedieron a la razón de cada cual un valor absoluto. La razón y mi derecho probablemente puede sintetizar toda esta idea, astutamente aprovechada por ciertas ideologías para alentar supuestas liberaciones de la humanidad que, a la postre, acaban por degradarla. Esto explica la aparición de «derechos» inéditos como el aborto, la eutanasia, la eugenesia, que ya ensayaran soviéticos y nacionalsocialistas para crear su hombre nuevo . Éste, por selección artificial, desecharía a los débiles o dependientes. Ahora, sutilmente, el mismo presupuesto se enmascara bajo una filantropía compasiva que lo hace más convincente y penetrable en las conciencias. Las mismas que aspira a dirigir un Estado cada vez más poderoso y entrometido –totalitario−, dispuesto a desplazar a las familias en la educación de sus hijos, forzosamente «instruidos» en dichas consignas.
Está claro que, actuando así, se pervierte el sentido del bien. Cabe, por tanto, redescubrir la dignidad original de toda persona a partir de un principio ordenador que –a juicio de Ortega− remite a la metafísica; es decir, a la dimensión del espíritu. Sin embargo, conforme refiere la tradición cristiana, ésta no puede entenderse en plenitud sin la realidad misma de Dios. Silenciarla como un tabú o negarla comporta esa reclusión cegadora que imposibilita visualizar la verdad íntegra del hombre. Se pierde entonces el elemento informante que asegura la libertad más íntima de la persona al participar, en cuanto que criatura racional, en la ley eterna contenida en la revelación; eximiéndole del dominio opresor de otros y de su propia fragilidad. Se trata, pues, de una fuerza imprescindible para la efectiva y completa vertebración del ser humano si se quiere su renacimiento.
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Si la integración no llevaba buen camino, debido a la incapacidad para aunar voluntades entorno a una vida en común, como si fuera, por ejemplo, un matrimonio, pues la pareja puede optar por sentarse a hablar con la ayuda o no de técnicos, especialistas u orientadores que suelen tener formación psicológica; y si no funciona, pues está el divorcio y para eso también hay una figura que se llama mediación familiar, que igualmente, les va a sentar en una mesa para que hablen y lleguen a un pacto de reconciliación pos-divorcio. Y ahora, solo hay que imaginarse, por ejemplo, a ese macho/patriarca al que todo este asunto le parece antinatural, porque solo cree en un ser supremo que dice que el matrimonio es hasta la muerte y del que además le han enseñado que es el único ser superior y el verdadero... pues como diría el clásico, ya tenemos montada la tercera GM... o una Guerra Civil, para hacer renacer el amor... No sé si eso de acudir a una instancia superior hace a las personas más listas o mejoran su nivel cognitivo, ni me importa, allá cada cual con su vida, pero si sé que cuando una persona acude a una instancia superior que no es reconocida como tal por el resto de individuos, le llaman loco, sin embargo, cuando hablamos de una instancia superior admitida por la mayoría como tal, lo llaman religión... también sé que hay estudios científicos realizados por instancias especializadas que afirman que el nivel cognitivo es el que determina si se acude o no a una instancia superior y no al contrario... y seguimos sin saber hubicar dónde está el alma/espíritu... Lo mejor del artículo es su retórica, como en el derecho canónico, dicho sea de paso, que en ocasiones es hasta bello, pero lo peor está, sin ningún género de dudas, en la comparación que hace de los programas de exterminio en los regímenes totalitarios del periodo de entreguerras, con el desarrollo de derechos y libertades que se regulan conforme a las garantías propias del marco jurídico y que se promueven desde el activismo social, comprometido y solidario, como son el aborto o la eutanasia; directamente, me parece una reflexión bastante retorcida y nada respetable: me parece vomitivo.