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No existe ningún debate sobre si el régimen comunista de Cuba es una dictadura o no. Lo mismo que tampoco se da respecto a si lo fue el fascista de Francisco Franco en España. Nadie con una mínima cultura y conocimiento político e histórico tiene dudas. Otra cosa muy diferente es que por simpatía ideológica existan gentes que se resisten a así llamarlas porque, en el fondo, coinciden con tales sistemas antidemocráticos. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando Vox y sus entornos, amén de algunos del PP, niegan la condena a la dictadura franquista y/o elucubran con tonterías como que no fue un régimen totalitario sino autoritario, sólo se explica por la simpatía que les inspira. Pues una fotocopia de ellos, aunque de otro color, vemos ahora con los de la cúpula de Podemos y asimilados que niegan igual carácter totalitario a la dictadura de Cuba: lo hacen no por ignorancia sino porque son comunistas.

Unos y otros son hermanos liberticidas. No pasa sólo en España. El reflejo se ve por toda Europa. No tienen, como sí tuvieron sus respectivos ancestros de hace un siglo, capacidad real de tumbar a las democracias, pero al menos las corroen todo lo que pueden, amén de enaltecer a sus referencias políticas actuales y pasadas: para unos, las dictaduras comunistas, para otros las fascistas.

Dando esto por sentado, no hay que concluir que por fuerza un gobierno democrático tenga que condenar a las dictaduras. Ni siquiera llamarlas por su nombre. La diplomacia es otra cosa. Funciona por intereses, no por principios. Y es bueno que así sea. Si los gobiernos dijeran lo que creen e hicieran lo que sus partidos aseguran desear, la diplomacia sería imposible y la guerra perpetua hubiera acabado con la civilización haría siglos.

El Gobierno de Pedro Sánchez no puede y no debe, tanto si quiere como si no, centrarse en la crítica a la dictadura comunista cubana porque eso sería una estupidez contraproducente. No en vano allí hay muchos intereses españoles en juego. Pero es que, además, el interés político del Ejecutivo sanchista y su apuesta estratégica para Cuba pasa por fuerza por mantener buenas relaciones con el decrépito régimen comunista caribeño. Se trata de ayudarle a morir. Por usar el símil médico: de dar cuidados paliativos al moribundo. Porque España será esencial cuando los cubanos den el paso de desembarazarse al fin del régimen asesino que les sojuzga desde hace 60 años. Ese día está más cercano que lejano. En ese proceso cada uno de los vértices que triangulan Cuba jugará su respectivo papel: Estados Unidos, la Unión Europa y España. A nuestro gobierno le va a corresponder una misión fundamental para favorecer la transición. No se puede permitir ponerla en riesgo por obsesiones anticomunistas -no por ello por fuerza democráticas- que animan la falsa polémica. La diplomacia no es ideología sino interés. Su alternativa es el caos y la violencia.