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Hace unas semanas, a fin de no parecer indiferentes a las llamativas decisiones del presidente del Gobierno, como si nos diesen igual, estudiamos en la prensa las fotografías de los nuevos ministros y ministras surgidas de sopetón, con la intención de cumplir con la actualidad y traer a esta sección algún personaje ministerial novedoso, en cuanto hubiera hueco.

Podíamos haber escogido a Diana Morant, ingeniera que sustituyó al astronauta, o a Pilar Alegría, que nos quitó de encima a Celaá, ya que ambas tienen caras muy simpáticas, y a falta de conocimiento nos guiábamos por el aspecto. Lo normal con las novedades. Pero al final elegimos a Isabel Rodríguez, que no sólo se ocupa del cenagoso asunto de la política territorial (terreno minado, y con cocodrilos), sino que además es la nueva portavoz del Gobierno. Menesteres ambos que exigen un valor temerario, y un desparpajo verbal fuera de lo común. Y que además, en aquella fotografía, tenía un aspecto aún más simpático, con pelo corto y la mirada entre curiosa y divertida, como si no pudiera creerse la tontería que acaso estaba mirando. Luego ya la hemos visto ejerciendo de portavoz, con larga levita de color rosa y ese flequillo de pájaro loco ideal para el cargo, y aunque no alcanza la florida verbosidad andaluza de su antecesora la doctora Montero, ni sus abundantes rizos, parece tan divertida como en las fotos, y mientras informa y parlotea sonríe a manos llenas. Ya sabemos que no hay que juzgar a nadie por su apariencia, y menos a una mujer, pero si hay un trabajo en el mundo que exige precisamente mucha apariencia (además de voz), es el de portavoz del Gobierno. Debe convencernos cuando el Gobierno no nos convence nada, y a ello se dedicará Isabel Rodríguez. Que es abogada, y fue la senadora más joven de España. Buena suerte.