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Con el asunto de Afganistán ya me he perdido. Confieso que tengo poco interés en desentrañar los secretos de esas sociedades arcaicas e injustas. Recuerdo muy bien que Estados Unidos y sus aliados se metieron en ese avispero indeseable a raíz del fatídico 11 de septiembre de 2001, cuando todos nos quedamos con los ojos secos contemplando lo que jamás nadie había podido imaginar. La respuesta de las víctimas –los estadounidenses– fue meterse en la boca del lobo del matón y prenderle fuego. A eso fuimos a Afganistán, a hacer la guerra, a destruir, a aniquilar. Por eso me choca escuchar a la ministra de Defensa, Margarita Robles , decir que «Occidente ha fallado a los afganos». ¿De qué habla? Occidente invadió Afganistán militarmente, ha jugado a las casitas durante veinte años y, en vista de que aquellos salvajes son mucho más listos de lo previsto, se retira con el rabo entre las piernas. Los afganos, la población civil, la gente corriente, jamás le han importado una mierda a ninguno de los militares que ha dado las órdenes allí. Como ocurre en cualquier otra guerra.

El problema eran, y siguen siendo, los terroristas. La idea era terminar con ellos y, de paso, arrebatarle a esas fuerzas oscuras –en la mentalidad pueril de los yanquis– que representan Rusia y China, la influencia que ejercen en la región. Ha salido rana. Por eso no tiene ningún sentido la movida que se han montado para «sacar al mayor número de personas de allí», «salvar a todos los afganos», como si fuera un incendio. Moralmente, ¿no tendríamos que intentar sacar al mayor número de personas posible de cada rincón del planeta que es un asco de sitio para vivir? Me temo que sobrevivir en nuestro mundo es porcentualmente un infierno para la mayoría. ¿Debemos salvarlos a todos? ¿Cómo? ¿Acaso Estados Unidos u Occidente es responsable de la violencia extrema de los talibanes? ¿No están los afganos en el infierno desde los años sesenta a fuerza de guerras civiles, invasiones y golpes de Estado?

Basta repasar su historia para saber que solo podrán salvarse a sí mismos, como ocurre en todos los países del mundo. Washington no puede ni debe ser el vigilante del mundo. La izquierda ha criticado esta actitud paternalista y bravucona desde siempre. Y ahora resulta que le exigen que dé marcha atrás y se haga cargo de todas las desgracias del planeta.