Estar de vacaciones en agosto me ahorró hacer comentarios sudorosos sobre la ola de calor, para alivio de todos ustedes, así como opinar acerca de lo de Messi (impulsor involuntario del procés) y los precios de luz, calamidades que sin embargo no tuvieron los efectos que cabría esperar. Todavía hay culés, fenómeno incomprensible, y la factura energética no hizo estallar una violenta revuelta de chalecos amarillos ni obligó a dimitir en pleno al Gobierno. Somos gente muy apacible, más si cabe a cuarenta grados, y como ya hemos dicho otras veces, la actualidad lo aguanta todo, cualquier cosa, incluida la toma de Afganistán por los verdaderos afganos, que son como son desde que derrotaron a Alejandro Magno.
Desde el punto de vista mediático, mis vacaciones empezaron en el momento más tonto, con aquella voltereta propagandística de la estrella de la gimnasia Simone Biles , que esperó a debutar en las olimpiadas para adueñarse del escenario global asegurando que no soportaba la presión, y lo más asombroso, que ya no se divertía. Los miles de millones de personas que jamás se divierten trabajando, entre los que me encuentro, debieron quedarse atónitos por el desparpajo de esa chica, la patrona de la civilización de la queja y el gimoteo, pero mira por dónde todo el mundo aplaudió su gesto de valentía. Parece que ahora la valentía consiste en acobardarse en el último instante, con grandes aspavientos, lujo que no se pueden permitir, por ejemplo, las Kellys, mucho más presionadas por cierto que las estrellas del deporte. Me alegro de no haber tenido que comentar estas necedades.
Estoy orgulloso de todo cuanto no he dicho estas últimas semanas; no fueron unas vacaciones inútiles desde el punto vista intelectual. Al contrario. He refunfuñado mucho en mi fuero interno, sin dar la lata a nadie. Pero como cuatro semanas apenas duran nada, ya estoy aquí otra vez. Supongo que he vuelto. Al menos, eso me parece, porque al encontrarme aún en pretemporada, no estoy seguro de quién ha vuelto. Quién es el que está aquí. Confío en ir descubriéndolo poco a poco, conforme el sujeto se ponga a largar de esto y de lo otro. Hoy sólo quería darles los buenos días, y felicitarles por haber aguantado tan bien este tórrido y jodido agosto, sin acobardarse, lloriquear ni hacer aspavientos.
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Felicitar al autor por sus inteligentes observaciones y, no obstante, recriminarle que no nos convoque a una misa de la nueva religión climática, muy publicitada durante este mes en todos los teledelirios, tras por fin descubrir, que en agosto la calor aprieta.