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Alguien dijo que los muertos no pesan tanto por su ausencia como por lo que entre ellos y nosotros no fue dicho. Cerré los ojos y mis recuerdos me transportaron al templo de Delfos. Sí, el último viaje que realicé con mi padre cuando todavía no sabía que en 2 años fallecería repentinamente. Delphi, una ciudad milenaria y mágica por excelencia, «un lugar donde venir a morir» por su belleza poética y por la inefable paz que la envuelve. Entonces no era consciente de lo que significaba el valor del momento, la importancia del ‘ahora', ocupados como estamos en nuestra persona y circunstancias que no siempre alcanzan siquiera el grado de relevancia. Pesan por lo que no les dijimos cuando creíamos disponer de todo el tiempo del mundo, por las veces que no les dijimos que les queríamos obcecados como estábamos en sacar a relucir sus defectos y, acaso culparles de nuestras desventuras y desazón. Sí, es tan fácil culpar al resto en un recurrente intento de salir airoso de toda incómoda situación. Regresé sola dos décadas después de ese irrepetible y maravilloso viaje. Llegué un atardecer cualquiera y ya en el crepúsculo anduve hasta el Oráculo de Delfos. Un mar de recuerdos iban desgranándose en mi interior. De pronto vislumbré ante mí todas las emociones juntas sentadas en lo que quedaba de sus columnas dispuestas a modo de circunferencia. Creí estar soñando pero eran reales, el miedo, la culpa, la vergüenza, la ira, la tristeza y la alegría. Todas me observaban en silencio en aquel escenario onírico y todas desfilaron por mi mente mientras yo trataba de deshacerme de ellas y huir de tanta presión. Decidí coger las riendas del momento y pensé, he tenido la inmensa suerte de haber vivido ese momento, de haber tenido un padre como el que tuve y eso ya era un motivo de orgullo. La vida me lo arrebató demasiado pronto y tal vez por ello muchas de mis decisiones fueron desacertadas por mi inexperiencia, sin embargo, el tiempo me había concedido, igual que nos concede a todos, la oportunidad de construir nuestro propio camino a través de nuestras propias vivencias, equivocaciones y un gratificante aprendizaje que conlleva a un crecimiento personal único. Un camino en el cual, cuantos más obstáculos halles más soluciones podrás crear y más valor otorgarás a tus logros personales. Las lágrimas rodaban por mi cara sin consuelo, la tristeza me abrazaba recelosa mientras la culpa me señalaba por todo lo que no hice. La alegría arrolladora me desprendió de la pena y me sujetó con firmeza mientras me presentaba al valor y a la valentía. Partimos los cuatro rumbo a lo desconocido, sin saber cómo, con toda la ilusión del mundo.