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No conozco a Robert Sarver más allá de un ¡hola! y ¡adiós! de cortesía. No sé si es vegano o carnívoro, republicano o demócrata, religioso o ateo. Da igual: un tuit le ha condenado sin audiencia previa ni juicio ni sentencia. Las portadas de periódicos, los artículos de opinión y las reseñas varias le han juzgado en base a la presunción de culpabilidad de una información periodística que le acusa de delitos execrables. Unes en la misma frase acoso sexual y racismo junto al nombre de cualquier personaje público respetado y ya tienes un villano ruin y despreciable. Ninguno sabemos quien es el periodista que acusa vía tuit a Robert Sarver pero, de entrada, nos hacemos eco de lo que dice y nos apresuramos a evaluar las posibles consecuencias que acarrearía la veracidad de sus acusaciones: expulsión de la NBA, expulsión de Laliga, expulsión del club del jubilado de Arizona. En definitiva, convertir una persona de reconocido prestigio, tanto empresarial como deportivo, en un perfecto hijodeputa, acosador sexual y racista redomado. Nadie cuestiona la posibilidad de que todas las acusaciones sean falsas. Nadie explica que los delitos hay que probarlos, no insinuarlos. Nadie se atreve a defender la integridad de Robert Sarver, al menos hasta que se demuestre lo contrario. Me niego a condenar a alguien por insinuaciones periodísticas sin pruebas ni documentos que las corroboren. Todos somos inocentes hasta que algo más serio que un tuit demuestre lo contrario.