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Tenemos un presidente del Gobierno que parece que encabeza un país solvente, como Noruega, o quizá le haya tocado una lotería hipermillonaria, porque no hace más que añadir millones y millones a sus gastos sin que desvele de dónde piensa sacar ese dineral. En una nación como la nuestra, que arrastra sus problemones insalvables desde los años setenta y que nunca ha conseguido levantar la cabeza en asuntos como el desempleo, desde la cúspide de Moncloa se gobierna a golpe de talonario. ¿Que sube la luz? ¡Da igual! Sánchez hurga en su chistera mágica y saca cien millones para tapar algunos agujeros. ¿Que la pandemia ha destrozado el tejido comercial de todo el país? Don't worry, ahí está el prestidigitador para sacarse de la manga miles de millones con los que regar a los afectados. Y así hasta el infinito. Quizá mis conocimientos sean cortos, pero hasta donde sabemos el dinero que maneja Sánchez sale exclusivamente de nuestros bolsillos, cada vez más depauperados, de los préstamos de la banca y de las dádivas europeas. Si no sube los impuestos, cosa difícil dada la situación de pobreza en la que está cayendo España desde la crisis de 2008, lo único que puede hacer es endeudarse más. Es decir, endeudarnos más. Y ¡oh, sorpresa! los préstamos –por desgracia, todos lo sabemos– conllevan intereses, que también hay que pagar. O sea, esa alegría derrochadora que se marca el presidente para no perder las próximas elecciones se convierte en una bola de nieve que cada día coge más velocidad y se agranda y se agranda y se agranda… ¿quién y con qué va a pagar este despropósito, esta falta de un plan serio para resucitar la comatosa economía nacional?