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Se equivocan quienes piensan que Sánchez tiene un proyecto para el país y que ha reunido a su alrededor a un grupo de afines (Frankenstein) para llevarlo a cabo. Se encontró con un partido modelado por la garlopa mellada de Zapatero, escorado a la izquierda y con el gen identitario activado. Una izquierda que poco tiene que ver con la de origen ilustrado, que luchaba contra las desigualdades y las injusticias, inspirada en valores universales, la que se identificaba con la convivencia y los valores de las democracias liberales.

El camino que sigue el sanchismo no es otro que el que le propone ese grupo contrahecho que Iglesias aglutinó. Es la mixtura del comunismo populista que se abre paso en Hispanoamérica y la adopción de la política de la segmentación social, que a mediados de la pasada década surgió aprovechando el declive de las instituciones. Eso, para adaptarse a las reivindicaciones centrífugas internas y al populismo que se extiende por algunas democracias occidentales. En consecuencia, dejamos de ser ciudadanos con los mismos derechos, para agruparnos bajo las etiquetas de nación, raza, género, religión, etnia, clase… Esta política desprecia el orden liberal, la libertad individual y la ley, desmembra la sociedad en múltiples identidades que se apresuran a representar para perseguir y condenar al disidente. Esta política es la que ha facilitado el auge de unos aventureros políticos cuyas tendencias autoritarias están desmontando el andamiaje constitucional.

La ensayista francesa C. Fourest presenta un panorama amenazante. Activistas profesionales y docentes militantes de lo identitario trocean las naciones, que deben autoaislarse para exigir prerrogativas basadas en el victimismo. Cada grupo exhibe supuestas ofensas recibidas y los beneficios que merece como compensación, en vez de reclamar una igualdad de derechos comunes a cualquier ser humano. Fourest lo considera un auténtico retorno a un nuevo tribalismo. Es la España plurinacional asimétrica, la España vaciada que exige su representación local, la de los sexos a la carta y el bable lengua cooficial. Se ha llegado al absurdo de querer desmembrar El Prado y, ya puestos, a trocear la DO del centenario vino de La Rioja.