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Si no fuera tan repugnante parecería el juego de las loterías, los bombos sacando el número de la próxima mujer asesinada por un hombre –aunque Abascal y su pandilla lo retuerza son los hombres los más violentos–, este año han asesinado a setenta mujeres y desde que se tienen datos contabilizados han sido mil doscientas cuarenta y seis. ¿Sólo son números? La pregunta corresponde a la indiferencia. Si en lugar de mujeres fueran futbolistas no habría equipos para entretener y seguramente el Estado declararía la alerta roja. Da la impresión que una mujer asesinada es lo más normal del mundo, algo parecido a los niños que mueren de hambre, a los pueblos machacados por las guerras o en el caso palestino por los ocupantes judíos de su país milenario. Son noticias repetidas que se oyen sin escuchar y se leen de pasada.

El asesinato de mujeres debe ser una cuestión genética, en alguna etapa de la evolución, habría que preguntar a Darwin, las moléculas se estrellaron entre sí y deterioraron el cerebro humano. Al principio de los tiempos alguien escribió que los males de la humanidad eran culpa de las mujeres (La Biblia), en este caso Eva es la culpable del curro para ganarnos el pan. Dalila tomó el pelo a Sansón por un quítame allá esos filisteos. María puso los cuernos a José con un palomo; Magdalena se lió con Jesús entre todos los hombres y Salomé logró la cabeza de un predicador por el poder de su entrepierna.

Tal vez la religión tenga parte de culpa, tal vez el hombre se vengue por ello, tal vez los gobiernos respetuosos con los Mandamientos piensen que no es tan grave el asunto o tal vez sea que en política es más rentable construir autopistas que preocuparse por una mujer más o menos. «La mate porque era mía». Los mamarrachos que matan a sus hijos, luego a su compañera y después se suicidan son un aborto de la naturaleza, son imparables, aunque su destino fuera la silla eléctrica, ya hemos apuntado que puede ser un defecto genético, el violador no se cura, el maltratador es un mal parido y que cuando una mujer denuncia el maltrato, a la altura del siglo que vivimos, ya debería ser algo que no quiere habitar en el corazón de la gente y una razón de estado.