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Alguien dijo que quien tiene un amigo tiene un tesoro y, si bien es cierto, es sumamente difícil tener amigos verdaderos, aquellos que vibran en nuestra misma sintonía, los que nos acompañan en nuestras alegrías y en las adversidades y a pesar de ello nos siguen queriendo vitaliciamente. Un amigo de verdad no te exige tiempo y mucho menos se disgusta si no se lo ofreces, sin embargo, siempre está allí cuando acudes a él como si el tiempo no hubiese transcurrido pese a la distancia y el silencio. Un amigo puede estar navegando en un barco distinto en una ruta paralela a la nuestra, por ello también conoce el sonido del mar y sabe cuándo debe izar o arriar las velas porque la propia andadura hace que comprendamos la del resto. Muchos defienden que el roce hace el cariño y que si no ves con asiduidad a tus amistades estas terminan enfriándose y posicionándose en el olvido. Todo es posible y todos tengan, acaso su parte de razón, pero hay amistades, al igual que grandes amores, que están condenados a encontrarse en este camino que llamamos vida con el recuerdo del pasado que se ha fortalecido en el tiempo para convertirse en eterno.

Son muy pocos los amores destinados a ser leyenda como pocas las amistades que traspasarán los tiempos. A medida que cumplimos años la nostalgia que se apodera de nosotros hace que valoremos infinitamente todos los momentos y encuentros que dejamos pasar de lado cuando pensábamos que contábamos con todo el tiempo del mundo y todo a nuestro alrededor pasaba a ser un remanente. Sí, es sumamente gratificante sentarse y observar como hay personas que ayudan al resto porque un día bajaron a los infiernos y trazaron el camino de salida descubriendo que ese era el mejor ejercicio para autoayudarse. Cuando uno da no siempre sabe si van a darle lo mismo que ofreció pero siempre termina recogiendo lo que un día dio y en ocasiones de quién menos lo espera y el doble de lo que imaginaba. Hay amigos que te dan cariño, otros comprensión, otros te escuchan, algunos te levantan del suelo y te lanzan al infinito.

Todos somos todos en un momento dado pero con muy pocos puedes abrir tu corazón a sabiendas de que nunca te dañarán y que, muy al contrario, por esa misma razón te querrán eternamente porque somos espejos y solemos terminar reconociéndonos en los que terminamos queriendo de manera estratosférica. No importa que llueva, nieve o que truene, por siempre jamás.