El pasado 19 de enero moría en una céntrica calle de París el fotógrafo René Robert. Podríamos pensar que le habría dado un infarto, que decenas de transeúntes acudieron raudos a socorrerlo y que cuando, pocos minutos tarde, llegó la ambulancia para salvarle ya no había nada que hacer. Pero no fue así. René se cayó en plena calle a las nueve de la noche, no se sabe qué pudo provocar su caída, si un infarto, un desvanecimiento, o un ictus, eso poco importa. Lo que realmente importa es que estuvo tendido en el suelo sin que nadie se parara a socorrerle hasta las seis de la madrugada. Nueve horas tendido solo en el suelo, muchas de ellas con gente pasando de largo por su lado. Nadie, absolutamente nadie, se detuvo a ayudarle o a interesarse por él. René murió de frío, pero no del frío de la noche parisina, sino del de las personas que pasaron junto a él sin detenerse. La hipótesis más aceptada dice que la gente no le atendió porque le confundieron con un sin hogar, como si eso pudiera justificar su no hacer nada.
La muerte en blanco y negro
Palma03/02/22 3:59
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