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Jean Paul Richter registró en su «Diario» personal: «No olvidaré jamás el 15 de noviembre. Deseo a cada hombre un 15 de noviembre». ¿Por cuál razón? Una experiencia suya contuvo tal potencia interior que su entero futuro quedó determinado. No es el único caso de escritor relevante, también Paul Claudel cuenta que él, en un día determinado, 24 de diciembre, todo se le cambió en el interior de la catedral de París. A Pascal le sucedió algo semejante, y proporciona, en su «Memorial», hasta el horario, fue «entre 10 y doce y media de la noche».

A sus veintisiete años, el 15 de noviembre de 1780 fue para Jean Paul «la tarde más importante de mi vida. Comprendí que existe la muerte». Lo más impresionante es la decisión rápida que tomó: «tengo que amar a los pobres, que acaban tan pronto con su corta vida».

El escritor alemán, en aquel preciso momento de su existencia, situó su quehacer entre dos prisas, la prisa de sí mismo y la prisa del pobre. Tomó conciencia tanto de la prisa con la que la muerte suele visitar al pobre, como de la prisa con la que se le podía presentar a él. Como fruto insoslayable de ambas prisas, una determinación inmediata: «amar a los pobres que acaban tan pronto».