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Fognini es un maleducado; a Moutet se le va la olla, Kyrgios se pone borde a las primeras de cambio, Zverev tiene los cables pelados, y Shapovalov un problema de autocontrol (eso cuando no se le dispara directamente el automático, como a Dzumhur). Luego está Djokovic, que sobre la cancha no da la impresión de ser un mal tipo, pero no te puedes fiar mucho de él porque, como ya hemos comprobado, de tanto en cuando se pone a soltar trolas sin medida. Aunque cada época ha contado con su propio niño malo, nunca antes el tenis había tenido que sufrir a tanto malcriado junto.

Nastase, una vez dejados atrás sus mejores años, siguió sacándole tajada a su mal genio y lo iba administrando convenientemente para asegurarse simpáticas exhibiciones en las que la bronca con el árbitro estaba incluida en la factura. Otra cosa fueron McEnroe y Agassi, pero si el primero no necesitó de su mal talante para hacerse un rinconcito de cara a la jubilación, el otro llegó incluso a madurar con la edad. Los modales en el tenis parecen haber evolucionado de la misma manera que lo ha hecho el juego y lejos quedan ya los tiempos del revés cortado y el beso en la mano de Manuel Santana.

Un jugador es tan bueno como lo es su segundo servicio, he oído comentar, y se me ocurre que alguna relación tiene que haber también entre el carácter y las subidas a la red. Se dirá que idiotas los hay en todos los deportes, y generalmente en mayor número que en el tenis, y es verdad, pero en pocos de ellos te encuentras enfrente a un tío con un garrote en la mano.