Cuando ya nos habíamos hecho a la idea de que la locomotora europea prefería asegurar que sus ciudadanos pasaran el invierno calentitos antes que enfrentarse abiertamente a un Putin enloquecido –posición tibia que beneficiaba mucho a los intereses domésticos de Pedro Sánchez– resulta que una gigantesca ola ha volteado por completo la tradicional indefinición e inutilidad europeas en materia de política exterior y ha forzado a los gobiernos a salir de un letargo que avergonzaba a los demócratas y que cuestionaba abiertamente la propia existencia de la Unión. De pronto, un temporal del Este levantaba las conciencias de los europeos y les hacía rememorar los acontecimientos que vivieron sus abuelos hace ocho décadas, que sellaron el destino del mundo.
Putin es no sólo un dictador criado en las estructuras criminales de la URSS, sino también un iluminado, como Hitler o Stalin, dispuesto a regar de sangre el continente con el fantasmagórico objetivo de revivir glorias imperiales de otras épocas. No podemos olvidar que Rusia es el único país europeo que jamás ha sido una democracia. Cierto es que la deposición de los zares en febrero de 1917 dio paso al fugaz intento de Kerenski de establecer un régimen parlamentario, pero para evitarlo estaban los comunistas, cuya revolución de octubre –por más mentiras épicas que hayan inventado– no fue la que acabó con la tiranía zarista, sino con aquel embrión de democracia.
Luego, tras la caída del muro de Berlín y todo lo que significaba, una decrépita y arruinada Unión Soviética se travistió ante los ojos del mundo, pero continuó siendo controlada en exclusiva por antiguos dirigentes comunistas de la URSS, que abrazaron sin pudor alguno la forma más corrupta de la economía de mercado, encumbrando a mafiosos de toda condición que cosecharon fortunas sólo al alcance del dinero sucio, alguno de los cuales pasea su obscena prepotencia por nuestras Islas. Europa ha despertado y, lo que es más importante, Alemania comienza a superar sus complejos y a comprender que su natural liderazgo no puede basarse únicamente en la economía, sino que precisa de una potencia militar en consonancia.
Es hora de que la Unión cuente con unas poderosas fuerzas armadas, más allá de nuestra integración en la OTAN, capaces de hacer frente a los delirios del Putin de turno. La cohesión social lograda tras la agresión a Ucrania no tiene precedentes. Y el pacifismo ha jugado el mismo rol que antes de 1939 en Europa, servir a los intereses de los agresores tratando de desactivar cualquier estrategia de defensa militar de los agredidos so pretexto de la paz.
Hoy, esta posición solo la sostiene en España la cúpula de Unidas Podemos, capaz simultáneamente de tachar a Putin de ultraderechista al tiempo que blanquea sus acciones. Los últimos coletazos del comunismo en el mundo serán dolorosos, porque pocas tiranías han caído sin dejar víctimas. Rusia, que es una gran nación, cuenta con una generación de jóvenes ciudadanos capaces de deponer legítimamente a Putin y todo lo que significa su neosovietismo, para establecer una democracia de corte occidental, en paz con sus vecinos. Y será mejor que comencemos ya a pensar en las siguientes dictaduras que han de caer, porque esto no ha hecho más que empezar.
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