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Cuando el Gobierno ucraniano pide armas, no lo hace para ganar una guerra absolutamente desigual, lo hace porque si no presentara batalla, sería prácticamente imposible que alguna vez se recuperara su país y su libertad. Su esperanza reside también en las ayudas internacionales de todo tipo, en el sacrificio de su pueblo y en los propios rusos, que viven en un régimen dictatorial bajo el yugo de un dictador.

Afortunadamente, estas expectativas se están concretando en forma de ayudas directas a los ucranianos, de los boicots a los productos y transacciones rusas e incluso de los eventos deportivos, entre muchas otras acciones. Todo suma ante un dictador; aunque cabe reclamar la prudencia necesaria teniendo en cuenta que se trata de alguien que maneja el botón nuclear.

En términos generales, la comunidad mundial está haciendo los deberes y así se constató en la reciente sesión del Congreso de los Diputados, salvo algunos miembros de Unidas Podemos.
No voy a urgar en esta división de UP pero, como persona que participé profusamente en el movimiento ‘No a la guerra' contra el trío de la fotografía de las Azores, me parece importante aclarar que, en este caso, el ‘no a la guerra' se ha de dirigir a Vladímir Putin y a nadie más. Hay que evitar dar pisto a los verdugos.