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Alguien dijo alguna vez que la primera víctima de una guerra es la verdad. Sin duda tenía razón. Está claro que Putin es el máximo responsable de la barbarie que se está cometiendo en Ucrania, pero no es el único. Para entender lo que está pasando hay que mirar atrás. La contrapartida a la disolución de la URSS y al desmantelamiento del Pacto de Varsovia fue la promesa de que, a nivel militar, se respetarían las fronteras existentes en aquel momento y que la OTAN nunca se expandiría hacia el Este. ¿Cumplió la OTAN su promesa? Sin duda, no. Desde 1999, han sido 14 los países pertenecientes al ámbito de lo que conocíamos como países del Este los que han entrado en la OTAN, y no países pequeños o sin importancia, sino países como Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovaquia, Bulgaria o Rumanía. Para entender cómo puede sentirse Putin ante esto también conviene mirar atrás. Cuando la URSS instaló misiles nucleares en Cuba en 1962, estuvo a punto de provocar una guerra mundial. ¿Cómo reaccionaría hoy la administración norteamericana si, por ejemplo, México permitiera a Rusia instalar misiles en su territorio?

La OTAN, a través de la UE y los EEUU, lleva décadas incumpliendo su promesa. Consciente de su cada vez más insignificante papel en la geoestrategia mundial, Putin se defiende atacando. Lo hizo en Chechenia y en Crimea y lo está haciendo en Ucrania. Posiblemente no es una sola razón la que le empuja a cometer esta atrocidad. Tras el nostálgico discurso imperialista con el que pretendió justificar lo injustificable, quizá lo que yace es el descontento del pueblo ruso, descontento que es una amenaza para su régimen dictatorial. A estas alturas parece claro que la UE no es lo que históricamente fue a nivel geoestratégico; los Estados Unidos son un gigante que se tambalea; Rusia, otro viejo gigante que da sus últimos pasos, y China, el joven y fuerte gigante que está llamado a sustituirles y que, tranquilamente y en gozoso silencio, disfruta viendo cómo se despedazan los unos a los otros.

No hay que olvidar que China es el principal accionista de gran parte de las empresas que cotizan en Wall Street y el máximo tenedor de deuda pública de la mayoría de los países occidentales y, por si fuera poco, también es el mercado alternativo para el gas ruso si Occidente lo boicotea. A China le basta con dar una simple orden para cargarse la economía mundial de un plumazo. Es consciente de que lo que está en juego es el nuevo orden mundial, un orden en el que se sabe ganador desde hace mucho, mucho tiempo.