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Hace algunos años alguien me repitió hasta la saciedad que realmente todo, la vida, el mundo, las personas, las amistades, las relaciones mismas, todo eran producto del más puro interés. Por aquel entonces me negaba a entenderlo y me afanaba en buscar razones para desmontar semejante teoría que me horrorizaba y para la que no estaba en absoluto de acuerdo. Transcurrido un considerable tiempo de experiencias y vivencias y muy especialmente la dura situación que estamos viviendo a fecha de hoy, he comprendido que, tristemente, efectivamente era así y no por eso estoy de acuerdo con ello, muy al contrario, pienso más que nunca que no hay mayor interés que el completo desinterés. Que el interés a veces es necesario para unir naciones, pero jamás para destrozarse entre sí, que puede que en un momento te haya interesado cierta amistad, pero si no se habla el mismo idioma vital se pierde completamente el tiempo, la paciencia y algo mucho más importante, la dignidad.

Tal vez alguien haya perseguido interesadamente un amor pero, ¿realmente existe un amor interesado?, la respuesta es un millón de veces no, porque todo ello, es decir, cualquier cosa que se forje por puro interés, acaba cosechando una infelicidad absoluta ya que las cosas forzadas están abocadas al fracaso. Para muchos seré acaso una ilusa, una persona enamorada del universo Disney y puede que tengan razón y no me avergüenzo de ello porque siempre creeré que lo que se hace sinceramente y desde el corazón jamás tendrá caducidad y, es más, te da una paz inconmensurable porque terminas reduciendo tu círculo tan escasamente que prácticamente terminas reunido con lo más grande y sagrado que pueda existir, con tu familia y aquellos extraños seres que, a pesar del tiempo y las circunstancias, todavía siguen a nuestro lado porque son los mismos que piensan que no hay mayor interés que dar importancia y estar con los seres queridos sin necesidad de aparentar ni figurar ni llegar a ciertos personajes de los que debas lucrarte vendiendo tu alma.

Los años te muestran que es infinitamente más importante la calidad que la cantidad, en todo. De igual modo es vital rodearse de personas de gran calidad humana. Ese debería llegar a ser el gran interés de todos pero para ello, hay que antes haber recorrido un largo sendero de equivocaciones, aprendizaje y de pérdidas para valorar el más puro desinterés.