No está del todo comprobado que el vino existiera ya en las épocas terciaria y cuanternaria, pero de lo que no cabe duda es de que los humanos llevamos mucho tiempo, demasiado, tratándolo con estúpida frivolidad, sin que este regalo de la tierra bendito por los dioses pierda su fuerza y calidez. Algo que en definitiva prueba su nobleza. Nos ceñiremos a los tiempos modernos, cuando más se ha ultrajado la categoría de un caldo que podría hermanar en la leyenda a Baco con Noé. Aún cuando la horrible costumbre a ido a menos, recuerdo que en ciertas celebraciones, y como un motivo más de destacar su importancia, se servía el vino en unas copas de cristal verdoso, o marrón imposible, que nos impedían disfrutar de ver ese color, recio en algunos casos, sutil y delicado en otros, alegre y estimulante siempre.
Vino en lata
Palma25/04/22 3:59
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1 comentario
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Después de leer semejante crítica a la innovación, no puede apetecerme más tomarme un vino en lata. Parece mentira como, en pleno s. XXI, seguimos queriendo anclarnos a un pasado a toda costa, vistiéndolo de nobleza e idealización, por pura inseguridad. Ojo, inseguridad causada por un contexto que no nos es para nada amable, pero aun así, podemos elegir no ser tomados por esta inseguridad y vivir el presente como mejor podemos. En mi caso, y el de muchos, disfrutando de una latita de vino. No puede parecerme cuanto menos curioso que en esta carta de opinión se citen los grandes mitos de origen del vino y se obvie mencionar que, esa misma mitología, nos detalla como el vino nació gracias a una de las más bellas historias de amor homosexual de la historia - al menos una que no contiene raptos y violaciones de por medio, cosa rara -. De la sangre del funesto Ampelos, amante de Dionisio (Baco), el dios creó el vino. Así pues, si en el propio origen del vino está la disidencia, el amor, la transformación y el homenaje, ¿qué necesidad hay de cerrar el vino actualmente a todo aquello que mantenga vivo el espíritu de Ampelos? Dejemos que el vino sea libre y vivo, que se adapte a sus consumidores. Justo ahora, sus consumidores pasan de sacacorchos, y prefieren llevarse una lata de vino como quien se lleva su lata de cerveza o refresco. Nada más blasfemo le ha pasado al vino que ser relegado a un puesto de inocua iconicidad. ¿En qué momento pasó el vino de ser la sangre de Ampelos, el amante homosexual de un dios, la celebración de la vida, protagonista de las bacanales y la lujuria, a ser la sangre de un Cristo estoico, que relega su presencia a la ceremonia impuesta e inmóvil? Embotellar el vino es práctico (enlatarlo lo es más). Pero querer mantenerlo en botella es un crimen a la naturaleza del propio néctar, un acto que surge del miedo clasista de que le roben a la casta algo que nunca ha sido suyo porque siempre ha sido del pueblo llano. Dejemos que el vino sea lo frívolo que quiera ser, que esta es realmente su fuerza. Dejemos de condenar lo frívolo y anteponerlo a lo noble, que nada hay más frívolo que la nobleza. Y para cerrar, que no quiero que se me caliente demasiado mi lata de vino mientras escribo, no puedo dejar de imaginarme a la Pompadour en vaqueros (hablando de nobleza frívola, ¿no?). ¿Hay algo más obvio que pensar que la Pompadour sería la Julia Fox de nuestro momento? ¡Completamente! Dale unos Levi’s a la Madame y la corte entera los llevará en una semana. Ah, y el amigo Rabelais (cómo nos gusta irnos a lo casposo para apoyar argumentos conservadores eh)… ¿Que qué diría? Pues seguramente, como buen exponente del humanismo que era, nos diría que dejásemos de comentar sobre el vino en lata, en términos de dogma y misticismo, que el vino “es vino, solo vino”, lo pongas donde lo pongas. “Es simplemente vino, lo cual no es poco”. Y que como humanos que somos, como Ampelos, tenemos el derecho y la responsabilidad de dar sentido y forma a nuestras vidas… y toca aceptar que para algunos, lo que más sentido tiene es una latita de vino fresco y joven para tomarse al ritmo de Motomami.