Al día siguiente mismo de la entrada de las tropas rusas en Ucrania, el papa Francisco acudió en persona a la embajada rusa a ofrecer su mediación para conseguir un alto el fuego inmediato y, en sus propias palabras, la visita a ese país «está siempre sobre la mesa». Dos meses después, sin embargo, y a pesar de haber sido reiteradamente invitado, tanto por el presidente Zelenski como por el alcalde de Kiev, el Vaticano anunciaba, el pasado lunes, que el Papa no se reunirá con el patriarca de Moscú, Kirill, ni tampoco visitará Ucrania por ahora.
Según el comentarista católico alemán Mathias von Gersdorf, la negativa se debe a dos razones: los ortodoxos están muy divididos en sus puntos de vista con relación a la guerra de Ucrania. El patriarca Kyrill ha ofrecido a la invasión de Putin un apoyo ilimitado, basado en la teoría de la russkij mir (tierra rusa), que algunos ortodoxos califican incluso de herética. Esa postura le ha valido la pérdida del apoyo de otras autoridades, las cuales reclaman la anulación de su mandato. Así, se halla cada vez más aislado no solo por su ausencia de crítica a la invasión sino por su ilimitada simpatía por la guerra de Putin a la que no solo no critica sino que la justifica basándose en el supuesto principio «Ucrania forma parte de la tierra rusia».
Siempre en opinión de Von Gersdorff, una reunión con Francisco reforzaría al tambaleante Kirill. Los hechos parecen darle la razón: la reunión de ambos prevista para junio en Jerusalén ha sido suspendida por el Vaticano el pasado lunes. Así las cosas, el mundo se pregunta qué hará el Papa. Hará lo que ya está haciendo: defender la libertad, la dignidad y la vida de las personas. Las armas solo sirven para matar. La guerra santa no existe y el Papa intervendrá solo para buscar la paz.
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