Los españoles empezamos a sentirnos como los egipcios cuando les cayeron las siete plagas. A perro flaco todo son pulgas, dice el refrán, y qué cierto. Tocados y casi hundidos desde la crisis de las subprime en 2008, no empezábamos a sacar la cabeza de debajo del agua cuando nos golpeó la pandemia como un martillo. La cola ha llegado en forma de crisis de microchips y de suministros. Otra vez de vuelta a los infiernos. Pero todo pasa, te dicen cuando estás de bajón. Y así ha sido, aunque no sé si hemos salido de Guatemala para llegar a Guatepeor. Porque ahora nos salpica la guerra ucraniana y, con ella llega el tsunami de subida de precios.
La energía ya nos sacudía como un electroshock cada vez que llegaba la factura; sumémosle el combustible, que a la larga lo encarece todo porque todo viene en algún tipo de transporte. Pero no te preocupes, que todo puede empeorar. Siempre. A ver los fanáticos de la psicología positiva cómo capean esto. La subida de precios tiene un impacto directo sobre las hipotecas. No inmediato, pero tampoco tardará. El Euríbor, viejo conocido de quienes están hipotecados casi de por vida, ya ha iniciado su escalada. Y no parará. Porque desde Europa –donde las crisis no tienen el efecto letal que vivimos aquí– anuncian que para julio se acabaron los precios del dinero en clave de chiste. Esto es: subirá todo. Porque los préstamos serán más caros.
Eso sí, los ricos privilegiados que tienen dinerillo ahorrado verán recompensado su esfuerzo. Aunque no conviene aplaudir demasiado fuerte, porque luego el Gobierno les pegará el hachazo correspondiente en la declaración de la renta.
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