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Hacía tiempo que no asomaba en las páginas de la prensa la cara de Esteban González Pons, ahora vicesecretario institucional del Partido Popular, que no sé qué quiere decir. Algo así como «alto cargo dentro del partido para que sigas cobrando una pasta sin muchas atribuciones asignadas para formar parte del equipo del nuevo líder». Imagino que es lo que piensa la mayoría de quienes leen una noticia sobre él o ven a este señor en el telediario, siempre impecable con su bronceado y su traje a medida. Es un tipo afable, adscrito a su partido prácticamente desde que nació y que en unos pocos años se jubilará con una pensión de oro después de haber dedicado su entera existencia a una organización política que, desde luego, le ha resuelto la vida.

Pero ¿a los españoles? ¿a los valencianos a los que sirvió durante años? Nadie sabrá muy bien a ciencia cierta qué nos ha aportado la larguísima dedicación a la política de González Pons. Y, ojo, a tantos otros como él. No es que queramos cebarnos en la figura de este político en concreto, sino utilizarlo como epítome de todo ese ejército de personajes que pululan entre las comunidades autónomas, el Senado, el Congreso y el Parlamento Europeo, aquí y allá, picoteando siempre entre los altos cargos, sin demasiada personalidad política, sin demasiadas aportaciones a nada.

Personajes que han llegado, en algunos casos, a ser ministros. Otros son como los tenistas o los golfistas que jamás ganan un gran trofeo, pero siempre están entre los cien primeros. En el núcleo de supervivientes, como Teófila Martínez, Concepción Dancausa, Rosa Díez, Josep Antoni Duran i Lleida, Juan Fernando López Aguilar... nacieron, crecieron y se jubilarán en la política. A costa nuestra.