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No estoy segura de que España necesite una Ley de Memoria Democrática, especialmente cuando la democracia ha durado históricamente cinco minutos en esta tierra. Pero bueno, habrá que plantearse aquí aquello de lo necesario que es tener buenos cimientos cuando quieres construir algo. Y si este país desea construir una democracia decente, es obvio que no puede hacerse sobre las mentiras, tergiversaciones y cuentos de hadas que nos han contado desde hace cuarenta y cinco años. Ante las orejas del lobo ya han corrido a despotricar los pesos pesados de esta reciente historia nuestra: Felipe y Aznar. Los dos con un discurso similar. Todo esto les suena mal. Y a renglón seguido mencionan lo feo que está pactar leyes con determinado grupo parlamentario que está allí con votos igual de válidos que los que les sostuvieron a ellos. En fin, ese es su entendimiento de lo democrático. No ha tardado Rajoy en asomar la nariz para decir lo mismo, aunque este profundiza más: lo considera «triste y absolutamente lamentable». Me dirán de todo, pero lo absolutamente lamentable es que un Estado ejerza de terrorista durante décadas y todos miren hacia otro lado, que se hayan producido secuestros, torturas y asesinatos y los demócratas de toda la vida hayan escondido la cabeza. Quizá esta generación de gobernantes de ahora, que son demasiado jóvenes para recordar, tengan los bemoles que no tuvieron sus predecesores para arañar la superficie de esa «ejemplar» Transición de la que habla Zapatero y descubrir sus miserias, sus secretos, la bajeza de algunos que formaron parte de la maquinaria estatal en los negros años ochenta. Lo único triste es que esa ley solo alcance a 1983, porque debería llegar hasta hoy.