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Que las nuevas tecnologías, con internet a la cabeza, ofrecen grandes ventajas es difícilmente cuestionable. Encontrar hoy información sobre este o aquel tema nada tiene que ver con la farragosa labor que exigía la era preinternet: buscar la información en libros, revistas, visitar bibliotecas, archivos… Lo que antes requería interminables horas ahora puede ser cuestión de pocos minutos. Pero internet, como esas nuevas tecnologías, tiene sus barreras de entrada, barreras a veces infranqueables para una gran parte de la población, la que queda en esa España vaciada que ni tiene ni, posiblemente, tendrá cobertura; la que es pobre, que ni tiene móviles o portátiles ni, a buen seguro, podrá tenerlos; la de las personas mayores que, en su mayoría, a duras penas se aclara con el funcionamiento básico de su móvil.

Es desolador ver a la gente mayor hacer colas interminables en las oficinas bancarias donde, deliberada y premeditadamente, cada vez son menos los empleados que atienden al público e infinitamente menos quienes lo hacen desde el servicio de caja, un servicio cada vez más restringido y casi inexistente ya para quienes no son clientes o no tienen cuenta abierta en ese banco. Si es desolador verlos esperar en la cola, muchas veces más de una hora de reloj, es descorazonador ver la indiferencia con la que, desde sus mesas, el resto de empleados ve la cola y no hace nada para aligerarles la espera. Junto a cada ventanilla de caja habitada hoy por un empleado, suele haber, por lo menos, una o dos más siempre vacías e inoperativas. Las colas se suceden a diario, pero esas ventanillas siguen y seguirán vacías porque quienes dirigen esos bancos solo entienden de la última línea de la cuenta de resultados.

Y si las gestiones bancarias son una auténtica tortura que ponen a prueba la paciencia del más pintado, la gestión telemática de cualquier trámite con la administración queda reservada a quienes tienen su certificado digital o sistemas similares, excluyendo por completo al resto de los mortales. Para esos mayores la simple petición de una cita se ha convertido en una carrera de obstáculos, infranqueables para ellos la mayor parte de las veces. Dicen por ahí que el Gobierno ha aprobado una nueva ley que va a poner fin a todo esto, que va a obligar a que, al menos, puedas hablar con una persona y no con una máquina cuando llames, que no podrán hacerte esperar más de unos cuantos minutos… Ojalá funcione, porque en esta selva de algoritmos y músicas de espera hasta añoramos el odioso «Vuelva usted mañana» ¡Si Larra levantara la cabeza!