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En el Evangelio llama la atención como Jesús cuando su madre simplemente le dice «Hijo, no tienen vino» parece que Jesús se enfada, o por lo menos se impacienta respondiendo «Mujer, todavía no ha llegado mi hora». La Virgen seguramente hace mucho tiempo que sabe, hace treinta años, que sus deseos son órdenes para su hijo, se dirige a los sirvientes y pronuncia «Haced lo que Él os diga». Imagino el hogar de Nazaret: un día San José está pintando una puerta, un vecino le llama «José, mi vaca ha escapado del establo».

San José deja lo que está haciendo, encuentra la vaca y, cuando vuelve a su casa, pasada la media noche, la puerta está pulida, pintada, barnizada. La Virgen está cocinando unas sencillas patatas con un poco de orégano, romero, cilantro. Pero no puede terminar porque hay un parto en Nazaret. La vienen a buscar, ella acude presurosa y, cuando regresa, Jesús y San José ya la están esperando sentados a una mesa, que también ha ideado San José: Tiene un poco torneadas las patas, la mesa dispone de relieves curvos en sus junturas. Unos angelitos risueños, en círculo, indican el lugar donde hay que poner cada plato, pero el círculo del plato de la Virgen presenta de nuevo diminutos relieves en colores vivos y rosas pequeñitas precursoras del rosario que pronto le rezará toda la cristiandad.

Los dos hombres de la Virgen la están esperando con la cena preparada: unas papas con romero que, seguramente, ha terminado Jesús pero no es lo mismo. No es lo mismo para la humanidad del Jesús Niño ahorrar sufrimientos a su padre y a su madre que hacer frente a un género humano que no le dará las gracias. No lo suficiente... Por eso «Mujer, no ha llegado mi hora». Bueno, alguno sí le dio las gracias: «No me tienes que dar porque te quiera / pues aunque no hubiera cielo yo te amara / y aunque no hubiera infierno te temiera / Te temiera». Una de las infinitas flores con que algunos humanos han respondido al amor de Jesús.