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Salimos de la pandemia por la vía de ignorarla, aunque exista. Nos sumergimos en el calor extremo y el ambiente vacacional como si no hubiera un mañana, aplazando para septiembre la consciencia de lo que se nos viene encima. Las noticias no invitan al optimismo precisamente y cabe esperar que la gestión de la crisis que tenemos encima se haga de forma similar a la pandemia.

Hay que disponer de un malo de película, de esos que se identifican en el primer fotograma. Durante la pandemia fue el virus ahora se llama Putin, ambos sirven para echarles la culpa de todo, sin más análisis ni cuestionamiento. Como en la pandemia, se decretan medidas imposibles de controlar, tomadas sin tener en cuenta realidades concretas, pero que sirven para cargar la culpa y la responsabilidad de su ineficacia sobre la ciudadanía. Tan imposible era garantizar las cenas de Navidad solo con familiares y «allegados» como el control de los grados de la climatización en todo tipo de establecimientos.

Mientras se habla de corbatas, los tambores de guerra empiezan a sonar también en el mar de la China y mucho más cerca de nosotros, en el Norte de África. La inflación, el precio de la energía, el cierre de empresas ¿cuánto nos cuesta ya la traición al pueblo saharaui, la enemistad con Argelia y la alineación con los intereses anglo-americanos y la OTAN? ¿A dónde vamos si seguimos apostando por la guerra en vez de apostar por la no injerencia, la neutralidad y la diplomacia para abordar los conflictos? Pensemos.