Suelo despertarme cada mañana con la radio, pero con el aparato de toda la vida; ya me entienden, el de pilas o baterías y antena desplegable. Esa misma que tiene usted ahora en mente. Arranco con la Ser en la habitación mientras me desperezo y leo los periódicos. Cuando llego a la cocina suelo poner Onda Cero y la alterno con la Cope y en la terraza pequeña, mientras saco a las gatas para que salten y jueguen, me subo a la ciclostatic y me enchufo a IB3 Ràdio.
De esta forma, durante la primera hora de la mañana, voy de un sitio a otro de la casa escuchando una tertulia aquí y otra allá. La radio en verano se llena de suplentes y las emisoras tiran de banquillo, pero, contrariamente a lo que podría suceder, el nivel se mantiene y por momentos casi diría que se eleva. A modo de ejemplo, José Luis Sastre está ofreciendo un recital de buena radio en la Ser cada mañana.
El otro día escuché una entrevista de principio a fin al periodista de El País Ramón Besa, uno de los grandes comunicadores a nivel nacional. Dijo durante la charla que él se «alfabetizó con los periódicos y que se sigue informando por los diarios», aunque matizó que los ritmos de lectura exigen «crónicas cortas y arranques fuertes» y eso para los que queremos, amamos y dormimos con periódicos en las manos es difícil todavía de asimilar. Me quedé escuchando sin pestañear enganchado a la radio, a la conversación pausada, sin gritos, sin estridencias, dando importancia a la palabra a las preguntas y a las respuestas. Supongo que volverán pronto los titulares ante los micros, pero, mientras tanto, toca disfrutar de las voces menos usuales que hacen más llevadero el agosto.
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