El verano me ha robado mi niñez. El fuego ha arrasado mis recuerdos felices dejando yerma mi infancia y rebosante de tristeza y rabia mi pensamiento. Escribo esta columna con los ojos empañados, pensando en todo lo perdido y en esos vecinos que habrían apagado las llamas si hubieran bastado sus lágrimas. Maldiciendo que se ignore la prevención y se rinda culto al improductivo lamento. Los últimos incendios de nuestro país, donde este año se han quemado ya 285.000 hectáreas, han asolado unos entrañables pueblos de Castellón, entre ellos el de mi abuelo, donde yo pasaba mis estíos entre árboles y ríos, jugando hasta altas horas en sus tranquilas callejuelas empedradas o bailando en las verbenas de verano cuando los acogidos al éxodo rural volvían como hijos pródigos de visita. Allí, en Torás, y en otros pueblitos cercanos como Bejís y Teresa, topónimos que engrosan esa España interior vaciada, el sosiego vital lograba el milagro de dilatar el tiempo y las costumbres reforzaban el respeto a la naturaleza y los orígenes.
Mi infancia quemada
Palma26/08/22 3:59
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