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Constatan las estadísticas que la inteligencia humana está en retroceso desde los años noventa, lo que significa que la generación que ahora es joven ha perdido pie con respecto a sus padres y abuelos, aunque se decía que la buena alimentación y la educación generalizada eran garantía de progreso mental. Una realidad asombrosa si tenemos en cuenta que precisamente ahora es cuando más fácil y barato es el acceso a toda clase de conocimiento. Creen los expertos que se debe a la simplificación del lenguaje, aunque no sé yo si nuestros bisabuelos y tatarabuelos –la inmensa mayoría eran analfabetos– dominarían el idioma a un nivel más elevado que el actual.

El caso es que el lenguaje, el significado de cada vocablo, está en entredicho no porque los ciudadanos de ahora hablen peor, sino por el uso torticero de las palabras. Leo con escepticismo que la hija de la infanta Elena, esa chica que por ser flaca y tener mucho dinero –nuestro, por cierto– ha forjado un estilo de vida privilegiado, va a convertirse en modelo de una marca de moda boho. Y añaden en el artículo que era de esperar, puesto que lo bohemio es lo que define el estilo de la pequeña aristócrata. Bohemio, una palabra preciosa que antaño –y siempre– ha tenido un significado preciso: lo alternativo, lo propio de quien se aparta de las normas y las convenciones sociales, el estilo de vida de los gitanos.

Pues ahora resulta que la pija que representa el epítome de las convenciones sociales se define por su estilo bohemio. Ya nada es lo que era. La moda, el márketing, la publicidad, el mundillo de los influencers, todo eso conforma un nuevo mundo en el que el más listo se come el pastel y el resto se queda mirando mientras paga las facturas de la fiesta.