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El reciente dictamen, no vinculante, de la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU a favor de los líderes independentistas catalanes y la columna de humo lanzada por los ortodoxos de siempre en el sentido de que éstos tenían enchufe en esas, las más altas instancias jurídicas de este planeta, nos pone en riesgo de redondear una esfera de ridículo que acabará explotando en cualquier momento, es decir, en cuanto el tribunal de Estrasburgo se pronuncie de modo definitivo y vinculante. Son demasiadas irregularidades a las que pudimos asistir en directo durante aquel larguísimo juicio visto por todo el mundo, demasiadas imágenes captadas por las calles de Barcelona en que no había más violencia que la represión policial y cuyas copias se han multiplicado a los cuatro vientos, demasiadas denuncias de maltrato a los votantes y eso, porque afortunadamente, no hubo muertos… ¿Qué nos espera, entonces, ante políticas tan torpes y retorcidas? El dictamen de Estrasburgo, pese a las presiones que pueda haber, llegará. ¿Será para anular el macrojuicio? Resulta que el tiempo va pasando, que los papeles se mueven, que las razones y sinrazones sueltan chispas y que el silencio, ese silencio del que hablaba María Zambrano criticando los poderes ciegos, el apego a las tinieblas con tal de que nada cambie, el acatamiento genealógico a aquello de vivan las cadenas, el egoísmo como bien supremo, el gesto ancestral meditativo y anónimo a favor de los que algunos llaman padres de la patria y otros, fabricantes de corsés. No sé a dónde vamos ni cómo será este viejo país en los tiempos que esperan a las nuevas generaciones… Puede que no lo veamos pero Catalunya está ahí, como siempre, con su historia de siempre y con su gente de siempre. Parece que muchos miran mal a todo aquello que en el espacio público no es homólogo, calcado, hecho a medida… Porque basta pegar un vistazo a la historia de la piel de toro para percibir, enseguida, que se halla plagada de crímenes políticos, injusticias sociales, represiones sangrientas, tiranías monárquicas, piras de quemar herejes y heterodoxos, formularios para experimentar desde la penitencia, el sufrimiento masoquista, el sentido trágico de la vida. Como decía Unamuno lo que llamamos España no es solo un mapa colorista, derechón y coronado, sino también su transhistoria y metahistoria. Solo así, lo que nos ocurre, lo que se halla detrás de la verdad aparente, tomará cuerpo.