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A Mahsa Amini, 22 años, la ha matado, tras una brutal paliza en una comisaría. La ‘Policía de la Moral’ iraní por llevar mal colocado el velo y dejar ver una pequeña parte de su pelo. Nasrin Sotoudeh, abogada, pasa más tiempo en la cárcel que en libertad, solo por defender los derechos humanos de decenas de víctimas y por no callar ante un régimen corrupto. Periodistas como Ruhollah Zam son ejecutados por defender la verdad y la libertad de expresión. Profesoras como Mahvash Sabet fueron expulsadas de sus cargos tras el triunfo de la revolución islámica, juzgadas sin ninguna garantía y encarceladas. Cuando pueden, el ‘castigo’ es la pena de muerte. Muchas han tenido que huir al extranjero dejando atrás su vida y su familia, como la Premio Nobel de la Paz 2003, Shirin Ebadi. La lista interminable y la represión duran tanto como lo que dura ese régimen corrupto que instauró el Ayatolá Jomeini y que últimamente se ha endurecido aún más. Las protestas, encabezadas por las mujeres, se saldan con muertos en las calles, centenares de detenidos y más represión.

Irán vive una situación insostenible de corrupción, pobreza, represión y fraude. Las mujeres son ciudadanas de segunda en un país en el que el testimonio de un hombre, aunque sea falso, vale por el de dos mujeres. Son ellas las que siempre han estado en primera fila y solo ahora se están sumando de forma activa algunos hombres.

Pero esto no empieza ahora como parece que hemos descubierto estos días. La terrible muerte de Mahsa Amini es una más. Las muertes de decenas de personas en la represión de las protestas contra este asesinato, que han tenido que ser reconocidas por el Gobierno iraní, se suman a los miles de muertos, encarcelados y ejecutados por la represión oficial iraní. Afortunadamente, las últimas noticias han llegado a las portadas de los informativos y de los periódicos. Pero me temo que volveremos a olvidarnos de ellos y de ellas.